Banco comunal: Machicura, Colbún
“Todavía me siento activa. Hay que aprovechar o nos vamos de aquí arrepentidos”, dice María Luisa Godoy cuando habla de sus 74 años. Su vitalidad es latente y, a pesar de tener uno que otro problema a los huesos, su ímpetu y su espíritu emprendedor parecen intactos. Ella es una de las primeras socias de Fondo Esperanza, parte del banco comunal Machicura.
Lleva toda una vida en Colbún. Tras casarse, la idea del negocio propio se instaló en su mente. Con paciencia y creatividad lo que eran unas golosinas y bebidas al paso se transformaron en un abastecido local para la vecindad. “Cuando partí no tenía ni refrigerador. Mi marido me hacía un arenero con agua fría donde dejaba las bebidas, las papas, las zanahorias, todo para que estuviera fresquito. Ahora hay de todo, hasta máquina de helados”, comenta.
A diferencia de muchas socias que conocen Fondo Esperanza por el boca a boca, María se cruzó con la posibilidad casi por fortuna, en la plaza de la ciudad: “Me topé con la señora Carolina. Me contó que andaba buscando personas responsables que necesitaran un crédito. Yo no soy muy amiga de estos sistemas de préstamo, pero me quedé escuchando. Al explicarme cómo funcionaban, me pareció una buena idea para probar”, recuerda.
El quiosco ya estaba funcionando, pero el primer aporte de su banco comunal le dio impulso. María Luisa sumó más dulces, más bebidas, tarros de conserva y potenció el pan. “Me daba para pagar la cuota y para invertir en el negocio. Terminé el primer ciclo, pasé al segundo y ahora ya voy por el número 54, si no me falla la memoria. Soy la más antigua, ‘la matriarca’ me dicen”, cuenta entre risas.
Su local se ha transformado en una fuente de entretención, responsabilidad e ingresos. Sus seis hijos le dicen que descanse y pasee, pero para ella el negocio es el gran proyecto de su vida: “Me siento tan a gusto en mi casa, en mi trabajo. Lo principal es poder pagar las cosas, pero además me divierto”. Le gusta atender, conversar con la clientela y la vecindad, ponerse al día. “Todavía estoy muy entusiasmada con mi emprendimiento. Es muy bonito trabajar con esta plata, muy importante para mí porque es la única manera en la que pude tener algo seguro, mío”, agrega. Está orgullosa de haber forjado un fundamental sentido del orden, necesario para que cualquier emprendimiento funcione. “Esto es bueno si se es responsable, puntual. Es una maravillosa oportunidad tener un monto para reinvertir, para levantar la idea, pero hay que hacerlo bien”, explica.
María Luisa no tiene intenciones de dejar su emprendimiento. Si le preguntan cuándo va a parar de trabajar, responde: “Siempre pienso ‘este es el último crédito que voy a recibir’, pero nunca es así. A estas alturas Fondo Esperanza ya es casi mi familia. ¿Qué más voy a hacer si no es estar en mi negocio?”.