Cuando era una niña en Alemania, los nazis llegaron al poder. Así que Hildegard Bachert, que era judía, tenía prohibido ir a algunos museos, o incluso en algún momento no podía ir al colegio. Sus padres la mandaron entonces a ella y su hermana a Estados Unidos, donde se instalaron en Nueva York. En esa ciudad Hildegard haría una carrera de 78 años en el mundo del arte, como promotora y galerista del expresionismo alemán y austríaco, además de empujar carreras de artistas mujeres.
Hildegard había ganado una beca para ir a la universidad pero incluso con esa ayuda no le alcanzaba el dinero. Comenzó trabajando como secretaria y conoció a Otto Kallir, quien había trasladado su galería St. Etienne desde Europa a América huyendo de los nazis también. Ella le prometió enseñarle español, él la contrató como secretaria. Eventualmente ella terminaría al mando del lugar, y como una conocida figura del arte de Manhattan.
Bachert y Kallir promovieron en Estados Unidos pintores expresionistas que aún no habían encontrado fama ni interés, y que luego se volverían enormes, como Gustav Klimt, Egon Schiele y Oskar Kokoschka. Al mismo tiempo Bachert trabajó con pintoras menos conocidas, como Paula Modersohn-Becker, quien hizo su debut americano en la galería St. Etienne.
Hildegard además fue vital en cultivar la relación de la galería con Grandma Moses, o la artista de arte folk famosa por comenzar a pintar pasados los 70 años, y que se convirtió en un éxito. La galería presentó su primera exposición en solitario y tuvo los derechos para vender sus obras, además Hildegard fue quien tomó el dictado cuando Moses escribió su autobiografía.
Tras la muerte de Kallir, Bachert tomó el mando junto a la hija de su ex jefe, y siguió trabajando hasta pasados los 90 años de edad. Recibió la Orden del Mérito alemana, un honor para los civiles que ayudaron de alguna forma con la reconstrucción del país.