A inicios del siglo XIX la pirata china Ching Shih lideró tripulaciones de hombres y encabezó saqueos a navíos sin nunca ser derrotada. Forjó alianzas e hizo pactos que la convirtieron en soberana de los mares orientales. Con 35 años negoció un indulto para ella y toda su escuadra.
Proveniente de una familia pobre de la región costera de Guangdong, creció robando para sobrevivir. Cuando tuvo la edad suficiente comenzó a trabajar como prostituta en un burdel flotante. Al tiempo, el capitán pirata Zheng Yi la eligió para él. Arriba de su nave, ella le dijo que se casaría sólo si podía quedarse con la mitad de los botines y compartir el mando.
Formaron una gran “asociación” de piratas para evitar la competencia y dominar las rutas marítimas internacionales. Su marido murió, y Ching, para evitar ser derrocada, se casó con Zhang Bao, hijo adoptivo de Zheng Yi, y lo nombró jefe de las tropas. En paralelo, ella siguió haciéndose cargo de establecer las coaliciones y los acuerdos comerciales.
Conocida como la “Reina de los Piratas”, creó estrictas normas de conducta: no se podía violar a las mujeres apresadas, robar el botín o molestar a los campesinos que pagaban tributo. Con el tiempo asumió el mando y se convirtió en lideresa de más de 70.000 hombres y 2.000 balandras. Madame Ching llegó a controlar desde los mares coreanos hasta las costas malayas.
En más de una ocasión fueron atacados por el ejército del emperador Jiaqing, pero lo vencieron una y otra vez. Humillado, el gobierno imperial le ofreció una amnistía a Ching si se ‘retiraba’. La pirata hizo un trato para ella y su gente. Luego abrió un burdel y una casa de apuestas en Cantón, ciudad donde murió a los 69 años.