Giorgio Vasari -artista y autor del fundamental “Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos”- escribió que las pinturas realistas de Sofonisba Anguissola parecían estar vivas. El elogio era común en el arte, pero nunca se había dirigido a una mujer. Fieles a Aristóteles, los renacentistas creían que las mujeres eran incapaces de crear obras de arte originales. Podían copiar, pero no inventar; recrear la apariencia, pero no la vida. La obra de Sofonisba vino a cuestionar esas ideas.
Nació en Cremona, al norte de Italia, donde fue la mayor de cinco hermanas y un hermano. Con el apoyo de su padre, desde los 11 a los 17 años vivió como aprendiz en el taller del pintor Bernardino Campi. Ahí descubrió su talento para los retratos. En 1555 pintó “El juego de ajedrez”, donde las miradas de sus hermanas establecen una jerarquía que va desde la criada hasta quien mueve la ficha y, finalmente, a Sofonisba que observa y pinta la escena. Las hermanas aparecen dedicadas a un juego intelectual donde, por un cambio reciente en las reglas del juego, la reina se había convertido en la ficha más libre. Las convenciones machistas podían cambiar. Un ejemplo de esos cambios se ve en las cartas que compartió con Miguel Ángel. Él recibió un dibujo de Sofonisba donde una niña sonriente enseñaba a leer a una anciana. El artista valoró la originalidad del dibujo, pero comentó que habría preferido ver a un niño llorando, “un tema más difícil de dibujar”. ¿Era un tema más difícil o solo uno más importante desde las convenciones clásicas? Estas enseñaban que la tragedia era mejor que la comedia y que los niños eran mejores que las niñas. La respuesta de Sofonisba burló esas reglas: dibujó a un niño llorando, pero sin tragedia ni heroísmo. Lo había mordido un cangrejito, divirtiendo a la niña que lo observa por el lado en una escena doméstica y privada como la del ajedrez.
La fama de sus retratos llegó hasta la corte española, donde fue invitada en 1559 a acompañar y enseñar pintura a la nueva reina, Isabel de Valois. Fue una de sus damas preferidas, admirada por su capacidad para retratar “del natural con un carboncillo, de tal forma que enseguida se sabe quién es la persona retratada”. Trabajaba tanto que debió rechazar la petición de una pintura que le hizo Bernardino Campi, su antiguo profesor. Le explicó que estaba ocupada con los retratos de la corte que el papá Pío IV le pedía desde Roma.Se fue de España con una generosa pensión y se casó dos veces, en 1571 y 1584, con maridos que la acompañaron en Palermo y Génova, donde siguió pintando y enseñando. Anton Van Dyck la visitó en 1624, cuando ella tenía 89 años, y comentó que “aunque su vista está debilitada, aún se mantiene muy alerta mentalmente”.
A lo largo de su vida pintó diversos autorretratos, donde se mostró de pie, sentada, pintando, tocando el teclado y, extrañamente, siendo pintada por Bernardino Campi. Sofonisba Anguissola invirtió la tradición de que las mujeres fueran objetos pintados por sujetos hombres. Ella fue el gran sujeto, autora del profesor que creía crearla y, sobre todo, autora de sí misma.