Banco comunal: Omega, Tomé
Alejandra Moscoso recuerda con claridad cómo se enteró de que existía Fondo Esperanza y la posibilidad que vio ahí para poder sacar adelante su emprendimiento.
Trabajó vendiendo ropa en la feria, pero no le gustaba. A ella le encantaba leer y pensó que por qué no cambiaba de rubro. Así partió el negocio que tiene hasta hoy: juntó libros usados y regalados, y con el tiempo supo dónde conseguir ejemplares nuevos, sopas de letras y sudokus. Llevaba tres años vendiendo libros en Tomé, equilibrando con dificultad las finanzas para poder mantener su casa. Un día fue a dejar a sus dos hijos, entonces chicos, de vacaciones con su madre en Santiago, y cuando tomaba el bus para regresar a su hogar le entregaron una especie de volante con información de Fondo Esperanza. Guardó el papel y volvió a la feria donde trabajaba: “Les conté a mis amigas sobre esta institución que le prestaba plata a la gente para que comprara sus cositas. Les dije que iba a llamar y lo hice. Me acuerdo perfectamente que me atendió una chica llamada Javiera, quien me comentó lo de los bancos comunales. Si juntaba a veinte personas, llegarían hasta Tomé para atendernos”. Fue el punto de origen del banco comunal Omega, donde Martiza sigue participando.
Hoy sus hijos ya son adultos, y los $35.000 iniciales que recibió se fueron transformando en acercamientos a una vida mejor. “Ha pasado de todo y Fondo Esperanza siempre ha estado ahí. Perdí todo con el terremoto y ellos me regalaron un camarote y la mesa que todavía tengo. Me hicieron un préstamo que me permitió tener una casa y que mis hijos fueran a la universidad. Uno es ingeniero y la otra entró este año a estudiar Trabajo Social”.
Cuenta que el negocio de los libros le permite vivir con tranquilidad: “Salen novelas, fanfictions que niños y niñas compran mucho. Harry Potter se sigue vendiendo, lo leen desde escolares hasta señoras de sesenta años. La verdad es que la comunicación con la gente es una de las mejores cosas de haber elegido esto. Me gusta ir a la feria, conversar con los clientes, que me cuenten libros y yo hablarles de otros”. Alejandra está agradecida de haber podido emprender en algo que la apasiona: “A veces es tan necesario tener este espacio para no pensar en la vida cuando se hace difícil, cuando queremos desconectarnos del mundo”.