La nutricionista venezolana Susana Raffalli lleva más de dos décadas trabajando por aliviar el hambre, como activista y experta de de la nutrición y seguridad alimentaria en distintos países tras emergencias climáticas o sociales. Hoy trabaja por acabar con la malnutrición en su propio país.
Estudió Nutrición en la Universidad Central de Venezuela. Comenzó interesada en trabajar en los niños con problemas de metabolismo, y se trasladó a Baltimore, a la Escuela de Salud Pública de John Hopkins, donde sin poder conseguir recursos para inscribirse de manera regular, fue de oyente durante un año y se apasionó por la nutrición internacional.
Se interesó en solucionar el problema del hambre como uno de origen político, el hambre como una crisis de derechos humanos. Raffalli se trasladó a Guatemala para estudiar políticas públicas de nutrición, y luego comenzó una carrera internacional. Trabajó en Unicef y en Incap, visitando con comunidades afectadas por huracanes o crisis políticas.
Luego se incorporó a Oxfam. Viajó desde Colombia a Pakistán por su trabajo, y terminó siendo nombrada coordinadora para el Sureste asiático en el programa de seguridad alimentaria en emergencias; su trabajo en Birmania la unió al mundo de la defensa de los derechos humanos. Fue estando ahí que una emergencia familiar la hizo volver a Venezuela. En su patria se vivía una crisis social, que también desembocaba en hambre.
Desde su regreso a tierras venezolanas, Susana se ha convertido en una activista, lanzando campañas y creando organizaciones que buscan contrarrestar los problemas de nutrición, como el Sistema de Monitoreo, Alerta y Atención en Nutrición y Salud, que ha evidenciado un hambre que el gobierno venezolano ha querido minimizar. Durante la pandemia, se enfocó en llevar nutrición a mujeres, personas de pocos recursos, privados de libertad y enfermos de VIH.
Su trabajo ha sido premiado por organizaciones internacionales, y ha sido elegida como una de las 100 mujeres más influyentes de la BBC.