Banco comunal: Flor Naciente, La Florida
Silvia Cabezas entiende la importancia de la comunidad. Con 51 años, hoy dirige más de un grupo a la vez: participa activamente de la junta de vecinos de su condominio y está a cargo de su banco comunal Flor Naciente.
Durante casi veinte años fue jefa administrativa de un supermercado que quebró, Silvia se quedó cesante y con muchas deudas. Sin poder encontrar trabajo nuevamente, se encaminó al emprendimiento. “Mi papá tenía un local y un día estaba muy molesto por dos kilos de despunte de queso que se iban a perder. Se me ocurrió comprar dos kilos de harina y hacer unas empanaditas para vender”, recuerda. “De las empanadas pasamos a las papitas fritas y después la gente nos empezó a pedir completos, pizzas y tacos”.
La paila en que frió las primeras cien empanadas fue insuficiente en seis meses. Un fogón y una lata soldada se transformaron en la extensión del local de abarrotes, que se convirtió en el lugar ideal para tomarse un café y comerse un pancito en el barrio. El negocio no dejó de crecer en todo ese año.
En tanto, Silvia se embarcó en un matrimonio fallido, tuvo a su única hija y se apoyó en sus amigas del alma, con quienes trabajaba en el local, para volver al ruedo después de la dolorosa separación. “Tuve la suerte de tener grandes amigas, Mireya y Leticia, quienes aperraron conmigo y fueron esenciales en el crecimiento del negocio”, dice. Una de ellas le habló de Fondo Esperanza. Esta ayuda le dio un nuevo impulso al local de comidas: con máquinas nuevas pudo salir del patio, llevar sus productos a ferias y ampliar el menú con una serie de opciones de consumo rápido.
“Estuvimos doce años en ese lugar donde todo empezó. Me da mucha satisfacción ver lo que logramos. Fondo Esperanza me dio capital para ahorrar y poder estar donde estoy hoy. Tengo una foto de cuando empezamos, la miro y me siento orgullosa de lo que hemos hecho”, cuenta con emoción.
Su trabajo le alcanzó para vivir y criar, para la casa propia que salió justo a tiempo y para tener otro local de abarrotes en su nuevo barrio. Dos emprendimientos que también forjaron sus habilidades de administración y de relaciones humanas. Luego de ser parte del banco Los Guerreros, que cerró porque algunos miembros no pagaban, Silvia integró un nuevo grupo y siguió creciendo a pesar de todas las dificultades de los últimos años.
Cuando su nuevo banco estaba funcionando bien, llegó la pandemia: su negocio estuvo medio año cerrado, tuvo Covid-19 y estuvo internada seis semanas, cuatro de ellas en estado grave. “Sobreviví y empezamos de nuevo esta batalla. Ahora no me puedo el orgullo porque tenemos a tres trabajadores en el local. Mi hija me ayuda para que yo pueda descansar, tenemos cámaras de seguridad, registradora, estamos a la par de un buen supermercado bien surtido”, dice, haciendo hincapié en la gratitud que siente por todos quienes la han acompañado en el proceso: sus padres, su hija, su nuevo marido, las amigas y su banco comunal que “enseña muchas cosas: cómo gestionar el negocio, tener una reserva, sacar cuentas, llevar un libro. Esos conocimientos hicieron la diferencia”.