Banco comunal: Querer es Poder, La Florida
Fue en 2020 cuando Glenda Astudillo y su marido tuvieron que partir de nuevo. Hasta entonces contaban con un buen trabajo y sueldo, pero los integrantes de esta familia de La Florida quedaron cesantes y con una pila de deudas que no paraba de crecer. Glenda se las ingenió para volver a empezar. Lleva un año en el banco comunal Querer es Poder, lo que la ha ayudado a hacer crecer su nuevo negocio.
Cuando quedaron sin trabajo, Glenda se puso a preparar ensaladas. “Empecé vendiendo en la calle, en plena avenida, con una mesita bajo un árbol que me daba sombra”, recuerda sobre el comienzo de su emprendimiento donde hoy no solo trabaja ella, sino también varias personas del barrio.
Al principio sus vecinos la ayudaron: una vieja amiga del barrio le ofreció instalarse más formalmente en el estacionamiento de su casa. “Me dijo: ‘En vez de estar en la calle, ponte en mi casa. Yo te paso un pedacito para que pongas un toldo y estés más tranquila”, cuenta Glenda. Con sábanas y tablas comenzó a darle forma a su negocio.
De vender esas ensaladas preparadas pasó al queso, a los huevos, la leche. Con una oferta variada, pero en pocas unidades, el almacén fue generando ingresos suficientes para seguir creciendo. “Todo lo que entraba lo invertíamos en el mismo puesto, hasta que se nos hizo chico. Pusimos otro toldo y no paramos de crecer, hasta compré mi primera máquina de cecinas”, comenta.
“Hemos pasado buenas y malas. En enero de ese año hubo una lluvia que nos hizo perder todo, se inundó el local completo. Mi papá me ofreció ayuda para poner techo y panderetas, hasta tener el negocio que tenemos”, explica. Ese aporte familiar y su incorporación a Fondo Esperanza fueron el impulso que necesitaba para afiatar su pequeño emprendimiento.
Una conocida la llamó buscando nuevos integrantes para el banco comunal, y le aseguró que tenía el perfil para unirse a este grupo y recibir su primer préstamo. Glenda invirtió este crédito en comida para mascotas y, con esas ganancias, compró un horno para vender empanadas el fin de semana. Como en eso también le fue bien, luego instaló una máquina de helados artesanales. “Siempre estoy innovando, invirtiendo todo. Mi negocio es un minimarket bien variado, hasta agujas tengo. La gente viene porque hay de todo”, relata.
Glenda entiende que el banco comunal es un compromiso de responsabilidad con el otro y eso le parece motivante: “Me ha ayudado harto más allá del préstamo. Aprendí a hacer correos, entender reuniones, ser más ordenada, cosas que se dieron bien gracias a mi disposición y a la asesora que nos guía”.
Los planes no se detienen: quiere llevar el negocio a su casa y abrir otro. “Me gusta seguir creciendo. Es un orgullo ver lo que es hoy mi emprendimiento, antes era una mesa debajo de un árbol y ahora es un minimarket, con gente del barrio, con una comunidad que viene a comprar fielmente”, concluye.