Lucinda Williams llegó tarde, no a la vida-porque había vivido mucho y había vivido bien en muy poco tiempo-pero sí al reconocimiento. Llegó tarde a la fama, en un género musical hecho principalmente por y para hombres como es el country.
En los setenta pasó por los bares y tabernas de Houston, de Austin, ambos en Texas, y de Jackson, Mississippi. Williams editó un par de álbums sin mucho éxito antes de cumplir 30. Luego se tomó su tiempo. Sacó un disco cada seis años en promedio, pero su reputación estaba más relacionada con ser compositora para otros artistas, por hacer canciones tras las sombras. Williams estaba lejos del country más comercial y juguetón de tipos como Garth Brooks y eso parecía pesarle. Lo suyo estaba más emparentado con los cuentos de desolación de Hank Williams, con Dylan circa 1965, y con lo más country de Neil Young. Con su voz rasposa, Williams retrataba en canciones las derrotas del sur profundo y de su propia vida.
Eso hasta que era 1998 y cumplió 45 y lanzó un álbum llamado Car Wheels on a Gravel Road, una colección de temas que trascendió el género al que se le asocia. Con esas canciones Williams dejó atrás una carrera más inclinada a las tinieblas que a la luz y se convirtió en un icono no solo del country, sino que cultural. Escuchar Can’t Let Go en Gravel Road es entender que lo suyo va mucho más allá de un sombrero de cowboy.
Buena parte de su mejor trabajo se concentra en amores perdidos. Está la rabia, pero también siempre hay una idea de que se perdió algo irrecuperable. Eso es lindo.
Whisky, caminos de tierra, lugares sombríos del delta del Mississipi. Lo que Williams le hizo a la música country es valioso porque no tiene que gustarte el country para escucharla. Aquí hay una vuelta de tuerca a lo que ya estaba, una oscuridad que puede estar emparentada con Nick Cave, PJ Harvey, Cohen, o incluso, Tom Waits. Un álbum como West, de 2007, está para escucharlo de noche en una casa en medio de la nada, no en un wurlitzer de bar honky-tonk.
Williams, hija de Miller Williams, un reconocido poeta de los 50 y 60, creció en Lake Charles, Luisiana, más cerca de Texas que de New Orleans, la ciudad que justamente define a Luisiana. Y ese rasgo biográfico; el padre y el sur, de seguro explican mucho. Aunque sus raíces y su música tengan un fuerte aroma sureño, es decir, a los estados donde ganó Trump, a estados más pobres, más negros, más blancos, con más problemas sociales que los estados azules de las costas, Williams decidió ser una mujer que va a contrapelo de su propia cultura. Esto no es country hecho por una mujer de corazón redneck o hillbilly, como suele pasar. Esta es la música de una mujer que, nacida y criada en una pequeña ciudad del sur más profundo, decidió apoyar a Bernie Sanders. No a Hillary. A Bernie.
Miller, su padre, había sido un progresista en el sur y había estado tras causas como los derechos de las mujeres cuando Lucinda crecía. Eso permeó en ella.
Lucinda Williams es el sur de Estados Unidos, su alma está ahí, pero también es el sur cuestionado. Ese viaje, en su música, en sus letras, arde, pero arde bien.
Como un trago de un gran bourbon.
Colaboración: Ignacio Bazán (twitter @bazan_ig / instagram @ig_bazan).