Esta enfermera polaca es conocida como «El Ángel del Gueto de Varsovia» porque durante la II Guerra Mundial salvó a más de dos mil quinientos niños judíos de transformarse en víctimas del holocausto, arriesgando su propia vida en varias ocasiones. Fue candidata al Premio Nobel de la Paz en 2007 y se le otorgó la más alta distinción civil de Polonia: dama de la Orden del Águila Blanca. Nació como Irena Krzyzanowska, hija de un importante médico que murió producto de un tifus contraído al tratar a varios pacientes judíos rechazados por sus colegas. Tras su muerte, un grupo de la comunidad judía polaca se ofreció a pagar los estudios de Irena. Más adelante fue suspendida de la Universidad de Varsovia durante tres años por oponerse al sistema de discriminación adoptado en la época previa a la guerra.
Cuando Alemania invadió su país en 1939 ella era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia y presenció horrorizada la creación de un gueto para los judíos. Entonces se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos. Cuando caminaba por las calles del gueto, llevaba un brazalete con la estrella de David, como signo de solidaridad. Se puso en contacto con familias para intentar sacar a los niños de ahí. Durante un año y medio consiguió rescatar a más de 2.500 niños: los sacó en ambulancias como víctimas de tifus, escondidos en sacos, cajas de basura, cajas de herramientas, bolsas de mercancía y hasta ataúdes.
Como Irena quería que un día esos niños pudieran recuperar sus verdaderos nombres e historias familiares creó un archivo en el que registraba los menores rescatados. Los nazis supieron de sus actividades y en 1943 fue detenida por la Gestapo y torturada, pero soportó y se negó a traicionar a sus colaboradores o a los niños. Fue sentenciada a muerte pero un soldado alemán la dejó escapar en secreto. Al terminar la guerra, Irena entregó su archivo al Comité de salvamento de los judíos supervivientes. La mayoría de las familias de los niños había muerto en campos de concentración nazis, pero muchos fueron entregados a familias adoptivas. Con los años recibió múltiples reconocimientos y aparecieron cientos de agradecimientos de los rescatados que la habían conocido por su chapa de ese entonces: “Jolanta”.
Murió a los 98 años de edad y siempre fue muy humilde respecto de su heroísmo: “esos actos fueron la justificación de mi existencia en la tierra, y no un título para recibir la gloria. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada sin mirar su religión o nacionalidad”.