Fue el 29 de abril de 1976 el día en que la vida de Ana González comenzó a transformarse en una de lucha y dolor. Ese día agentes de la DINA, la policía secreta de la dictadura de Augusto Pinochet, detuvo a dos de sus hijos, Luis Emilio y Manuel, y a su nuera Nalvia, quien estaba embarazada. Su nieto de dos años fue detenido pero regresado eventualmente al hogar. Al día siguiente, cuando su marido Manuel Recabarren salió a buscar a los suyos, fue capturado también. Los cuatro desaparecieron sin rastro. Desde entonces Ana González se convirtió en un símbolo de los Derechos Humanos en Chile y una de las más importantes activistas en el país.
Ana González nació en las afueras de Tocopilla y creció en esa ciudad, y luego se trasladó a Santiago. Desde joven que comenzó a militar en el Partido Comunista, donde militaron también sus hijos. Tras la llegada al poder de Pinochet, González comenzó con el activismo en contra de la dictadura, y fue del grupo fundador de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Tras la desaparición de su familia casi completa, Ana no paró de trabajar por su memoria y con la esperanza de, alguna vez, conocer su paradero. Siempre amable y muy contenedora con quienes acudían para obtener ayuda y consejo, Ana González participó de múltiples manifestaciones por los Derechos Humanos, que incluyeron desde huelgas de hambre a visitas y representación en instituciones como Amnistía Internacional o la ONU.
En democracia su trabajo por la memoria y la justicia nunca se detuvo. En el año 2000 interpuso una querella contra Augusto Pinochet por la muerte de los suyos. Y en 2007, por ejemplo, escribió una carta abierta que decía: “Me niego, como ciudadana de este país, a que tanto crimen siga en la impunidad, a que nuestro dolor siga ignorándose y se nos niegue lo más elemental: Verdad y Justicia, nada más pero nada menos”.
Desde 2016 comenzó a presentar problemas de salud. Murió finalmente dos años después, a los 93 años, convertida en un ícono y un emblema de la incansable búsqueda por la verdad. Se fue sin conocer nunca el paradero de sus seres queridos.