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Mujeres Bacanas © 2020
Sitio por NYLON

Maite Alberdi (1983)

Artistas

“A mí me gusta hacer documentales del presente”. Es uno de los nombres más destacados del cine nacional, gracias a documentales que han sido aplaudidos en múltiples latitudes: El Salvavidas (2011), La Once (2014) y Los niños (2017).

Partiste estudiando periodismo y luego te pasaste a dirección audiovisual. ¿Siempre quisiste ser documentalista?
No, yo creo que en ese entonces quería escribir sobre cine. Era una época donde el cine no era una opción viable para mí. Yo venía de una familia muy tradicional, que no me iba a dejar estudiar en la Escuela de cine, tuve que ir buscando el camino y defendiendo de a poco la idea. Y el documental, no lo conocía; yo creo que tuvo que ver con lo que me gustó hacer en la escuela. El taller de documental me gustó mucho más que el de ficción, no me gustó trabajar con actores, escribir la historia. Yo era la única de mis compañeros que era feliz en el documental con la falta de control.

¿En qué minuto dijiste ya soy directora de cine? ¿Cuándo estrenaste tu primera película, El salvavidas?
No, yo creo que ya con La Once. En la época de El salvavidas también hice una obra de teatro y estaba muy abierta a hacer otras cosas. Después ya era sí, yo hago documentales.

¿Qué es lo que te gusta de contar historias reales?
Me gusta que todo lo que yo pueda querer inventar, ya existe. El desafío es encontrarlo, y siempre va a ser mejor que lo que yo habría inventado. Obvio que la ficción tiene mayor acceso, sobre todo en el pasado. Pero a mí me gusta hacer documentales del presente, siento que mis documentales van a ser un archivo del hoy en 50 años más. Filmo el presente y sin entrevistas. Cuando pasó lo del volcán de Chaitén, por ejemplo, me quise ir a hacer una película allá, y partí al día siguiente de la erupción y estuve tres semanas allá sola, hasta que entendí que no lo podía filmar porque ya había pasado. Yo no quería reconstruir, no quería que me lo contaran. En las tragedias siempre vas a tener que reconstruir, lo mismo en las cúpulas de poder: la ficción puede llegar, es como House of cards, no se puede hacer eso en documental. Me fascinaría hacer el documental de un presidente, pero nunca me van a abrir las puertas todo el tiempo, todo el día.

Y el presidente tiene una relación distinta con la cámara porque sabe cómo será representado. La gente normal no tiene esa experiencia, y eso es algo que se ha discutido sobre tus documentales, pensando en las protagonistas de La Once y los de Los niños, y si son conscientes o no de cómo se verán.
Creo que eso es subestimarlos. Por ejemplo La Once: ellas se pueden acostumbrar a la cámara, pero nunca se van a olvidar que está ahí. Hay cosas muy delicadas de su vida, que en cinco años jamás hablaron con la cámara ahí. Pareciera que la cámara no está, pero ellas las tenían en la mesa. Y con Los niños lo mismo, a veces te dicen no me grabes acá, no me pongas la cámara. Quizás no saben cómo va a quedar o qué escenas voy a usar específicamente, pero que te están filmando todo el tiempo es imposible de olvidar.

¿Te sorprendió esta discusión sobre la ética de tus documentales?
Es raro. La han dado en cien festivales, miles de críticas internacionales, y en el único país del mundo donde salió la palabra “ética”, es acá. La discusión ética se ha dado en dos sentidos. Primero está el formal, que me encanta: leer a Ascanio Cavallo diciendo que no sabe si es verdad que Anita, de Los niños, estaba obsesionada con casarse, para mi es un triunfo.

Claro, la duda estaba si inducías a los protagonistas del documental a ciertas cosas.
Bacán, porque mi sueño es que la gente se siente a ver mis películas y no sepa qué es. Fui con la Anita el otro día a una función y alguien le preguntó después: oye, ¿es verdad que tu papá se murió? (como muestra la película). Y ella lo miraba raro, como obvio que sí. O también a las de La Once les preguntaban cómo se aprendieron los textos y ellas se indignaban. Yo me cabeceo demasiado para que parezca ficción. Así que ese logro audiovisual, como pregunta ética, me parece bien porque me cuestionan la reconstrucción. Yo no tengo problemas con la reconstrucción, el primer documental de la historia, Nanuk el esquimal, es reconstrucción, por ejemplo. Lo que pasa es que yo nunca he hecho una, jamás, y con Los niños menos, porque odiaban que les des una instrucción. Ellos se demoran más en una conversación, y repiten mil veces lo mismo, lo que me permitía filmar lo que estaba sucediendo en distintos planos. Y en La Once tenía dos cámaras.

Y cuál es entonces la otra parte de la discusión ética. 
Lo que me duele de las críticas a la ética es que generalmente tienen que ver con el sujeto de representación. Es triste, porque lo complejo de la crítica para documentales es que las personas existen, y me pasa mucho que los personajes se la toman personal, no hacia la película. Los papás de Los niños sentían que a sus hijos los estaban criticando, porque la duda era si entendían lo que veían. ¡Cómo no lo van a entender! Es subestimar demasiado sus capacidades. Entienden lo que ven y lo que hacen. La única diferencia para mí entre documental y ficción es la ética, y que tengo un compromiso ético con los personajes. Si fuera ficción, no me cuestionaría si las escenas le van a doler o no, si las dejo en montaje por eso, si les va a causar problemas. El dilema ético tiene que ver con la incomodidad que le genera al otro lo que está viendo.

Por ejemplo, está el documental El diario de Agustín: ahí se entrevistó a mucha gente bajo el pretexto de que era una película de estudiantes, no de Ignacio Agüero. ¿Hay ética ahí? ¿O es distinto porque los sujetos son poderosos? El público a veces le impone reglas de ética o no ética a los documentales que no tienen por qué ser.
Lo mismo pasó con Noticia, de Ivan Osnovikoff y la Bettina Perut, sobre mostrar cuerpos muertos, les dijeron que no podían hacerlo y les tiraron el rollo ético. Y en realidad no ves caras de muertos, ves fragmentos. A mí no me gusta verlo, pero jamás diría no se puede grabar. Tiene que ver con una incomodidad con el arte. Pero limita: ¿entonces no puedo hacer películas sobre discapacitados? Porque ahí siempre aparece la duda de si entiende o no entiende lo que va a ver.

Lo que pasó con La Once y Los niños, es que a partir de la incomodidad que generan temas como la vejez, la muerte y la discapacidad, es que se armó una discusión paralela. Tus películas a primera instancia son tan delicadas en lo visual, que la audiencia no se espera un mensaje feroz.
A veces no entiendo lo que quiere ver la gente en el documental. Por ejemplo, cuando hice El salvavidas, la crítica era que yo era una cuica filmando una playa popular. Después, filmo a “viejas cuicas”, y es: cómo pude, por qué no filmé otro estrato social. ¡Entonces qué puedo filmar! La Susan Sontag lo dice: si mi mejor amigo mata a su mujer, yo le voy a dejar de hablar. Si un personaje de una película mata a su mujer, de ficción, yo quiero  saber por qué lo hizo y quiero que se salve. En la realidad aplicas un código moral y ético todo el tiempo. Es provocador y en cuarenta años se mirará con perspectiva. Y me parece muy bien ser yo la que genera esas preguntas.

Uno de tus sellos como directora es lo matea: te demoras años en preproducción, en el seguimiento. ¿Qué virtudes se necesitan para ser directora de documentales?
Depende del tipo de documental que quieres hacer. Para mí tipo de documental es la paciencia, pero para Michael Moore es ir al choque. Yo jamás voy al choque. Tiene que ver con tu personalidad. Con Los niños para nosotros fue la graduación en paciencia, había días enteros que no grababa nada. No puedes apurar la realidad. Y a mí me gustan las películas donde pasan cosas, y no porque sea realidad no pasa nada. Y la vida no cambia en una semana o un mes, así que necesitan tiempo para el proceso, para ver los cambios, que es lo que a mí me gusta filmar. Es otro proceso para un Pato Guzmán filmando en pasado; son muy específicas las diferencias de cada uno.

En Chile hay muchas directoras mujeres: Marcela Said, Alicia Scherson, Marialy Rivas, Carmen Luz Parot y muchas más. ¿Qué opinas sobre la presencia femenina en la industria?
Creo que en Chile sí hay mujeres directoras y hay montajistas. Pero todo el resto, nadie. Puedes hablar de una industria que no discrimina para ser director, porque se evalúan proyectos en los fondos. Pero no hay directoras de foto, sonidista hay una.

Para terminar: cuál es tu mujer bacana; alguien a que admires.
Lucrecia Martel es un referente para los cineastas de una generación. Y en una época que costaba más ver mujeres directoras en latinoamérica, ella lo hizo con una carrera distinta. Se toma mucho tiempo para sacar una película, no se equivoca, cada una es perfecta. Me encanta lo que hace y sus procesos, tiene una figura casi mítica, vive en Salta, nadie la ve, va una vez a las mil quienientas a un festival de cine. Y como que todos la están esperando.

Texto: Isabel Plant y Fernanda Claro.
Fotos: Fernanda Claro

Etiquetas: Chile, cineasta, directora, directora de cine, documentalista, entrevistabacana, latinoamericana, mujeres bacanas chilenas

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#ArchivoBacanas Lotty Rosenfeld es una artista vis #ArchivoBacanas Lotty Rosenfeld es una artista visual chilena reconocida por su trayectoria en la escena de avanzada, surgida en Chile tras el golpe militar de 1973; sus obras se han caracterizado por ser llamados de resistencia y cuestionamiento a la autoridad política. Fue una de los miembros fundadores del Colectivo Acciones de Arte (CADA), grupo interdisciplinario gestor de diversas intervenciones durante la dictadura chilena.

Nació en Santiago y tras graduarse de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile comenzó a desarrollarse en técnicas como el grabado. Pero el golpe en Chile la hizo concentrarse en proyectos que buscaban mantener viva la expresión cultural. Rosenfeld comenzó a explorar en el videoarte, la intervención, perfomance y videoinstalación entre otras.

En 1979 fundó CADA junto al artista visual Juan Castillo, el poeta Raúl Zurita, la escritora Diamela Eltit y el sociólogo Fernando Balcells. Actuaron en los espacios públicos en plena dictadura, haciendo históricas acciones como “Para no morir de hambre en el arte” (1979); “ay Sudamérica (1981) y “NO +” (1983); esta última frase se convirtió en un lenguaje común de protesta política más allá de las fronteras chilenas.

De forma paralela al trabajo en CADA, Lotty Rosenfeld realizó en el año 1979 una de sus más destacadas intervenciones llamada “Una milla de cruces sobre el pavimento”, donde traza líneas sobre las de la calle, formando una cruz. La intervención no solo tuvo un impacto a nivel nacional, sino que la artista lo replicó en diversos puntos internacionales, sobre todo aquellos de gran poder político como la Casa Blanca, en Washington o el Arco del Triunfo en París.

Lotty Rosenfeld participó además en el movimiento feminista de los años ochenta Mujeres por la vida. 

Murió a sus 77 años producto de un cáncer al pulmón que tuvo sus últimos años. Entre sus muchos otros trabajos se incluyen las obras “Una herida Americana” (1982), “Cautivos” (1989); y “Moción de Orden” (2002). Tiene varios premios Altazor, y sus obras están en el Museo Reina Sofía, España y en la Tate Gallery en Londres, entre otros
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Sus palabras y la fuerza de su declamación la convirtieron inmediatamente en tendencia mundial. Luego se supo que fue la primera dama Jill Biden quien la recomendó para participar de la instancia y que cuando se enteró de la noticia la poeta “saltó, lloró y gritó” de alegría. En The Hill We Climb (“La colina que subimos”), el texto que recitó el miércoles, habló de la importancia de reconstruir un democracia fracturada por la era Trump: “Hemos aprendido que la tranquilidad no siempre es paz / Que las normas y nociones de lo que es justo no siempre es justicia”.
Nació en el barrio Watt, un vecindario multicultural de Los Ángeles, California, y estudió Sociología en la Universidad de Harvard. Ha contado que cuando era niña tenía una dificultad para emitir algunos sonidos correctamente, igual que el actual mandatario. Gorman fue galardonada en 2017, cuando tenía 19 años, con el primer premio National Youth Poet, entregado por la organización Urban World.
También fue reconocida por su labor  en su comunidad, donde da clases de escritura creativa para jóvenes como ella. Al comenzar sus cursos ha contado que le formula dos preguntas a sus alumnos: “¿Quién te ha llevado sobre sus hombros? ¿Qué es lo que te mueve?”. Luego, recita su mantra: “Soy hija de escritores negros / Que descendieron de luchadores por la libertad / Que rompieron sus cadenas y cambiaron al mundo”. Su poesía aborda problemas sociales: el cambio climático, la desigualdad y la discriminación.
En 2015 publicó su primer libro, autoeditado y titulado The One for Whom Food Is Not Enough, y este año publicará Change Sings, un libro ilustrado que pretende recordarle a los niños el poder que tienen para transformar el mundo. El lanzamiento está programado para septiembre pero luego de su performance de esta semana, ya está disponible su preventa. #amandagorman #mujeresbacanas
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En 2002, cuando terminaba de estudiar, conoció a Ugur Sahin, quien ya trabajaba como médico en el Hospital de la Universidad de Saarland; el día que se casaron volvieron los dos al laboratorio después de la ceremonia.
Türeci y Sahin, quienes tienen una hija, fundaron la empresa farmacéutica Ganymed, la que desarrolló tratamientos de inmunología para el cáncer de esófago y gástrico. Era Türeci la directora de la empresa entre 2008 y 2016, cuando la vendieron por $1.4 mil millones de dólares.
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En 2020, al ver que la enfermedad nacida en Wuhan llamada Covid-19 podía expandirse, Sahin comenzó a trabajar con su equipo en una vacuna, usando la tecnología de BioNTech. Para proyectarse con vacunas para el mundo, se aliaron con la gigante farmacéutica Pfizer.
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La argentina Azucena Villaflor impulsó la asociac La argentina Azucena Villaflor impulsó la asociación de las Madres de Plaza de Mayo, con el fin de protestar por la desaparición de sus familiares durante la dictadura militar de Videla.
Nació cuando su madre tenía 15 años. La crió su tía paterna, Magdalena, y el esposo de ésta, Alfonso. Pese a que quería seguir estudiando, al terminar la secundaria tuvo que comenzar a trabajar. Primero como obrera en una fábrica de vidrio y luego como telefonista en Siam. Vivió el surgimiento, apogeo y desarrollo del peronismo. En la empresa conoció al líder sindical Pedro De Vincenti, con quien se casó y tuvo cuatro hijos. El segundo de ellos, Néstor, estudiante de arquitectura y miembro de la Juventud Peronista, fue secuestrado junto a Raquel, su novia, en 1976.
Lo buscó seis meses incesantemente. Indignada por las vejaciones que sufría día a día en sus averiguaciones, se dio cuenta que habían muchas familias en su misma situación. Les propuso reunirse en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, para reclamar por la vida de sus seres queridos. La primera concentración se realizó el 30 de abril de 1977. Asistieron 14 mujeres.
Les advirtieron que no podían seguir juntándose en la Plaza; las mujeres comenzaron a caminar alrededor del lugar. La Armada decidió infiltrarse en el grupo. Bajo el seudónimo de Gustavo Niño, Alfredo Astiz participó de los encuentros en la Iglesia de la Santa Cruz y comandó el rapto de miembros de la organización. El sábado 10 de diciembre de 1977, Azucena salió de su casa. Dos autos le cerraron el paso. La golpearon y secuestraron. Estuvo en cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada junto con otros activistas por los DDHH, también con sus compañeras-madres. A los días la subieron a un avión y la arrojaron al mar.
Las corrientes arrastraron el cuerpo a la costa. La enterraron como “NN-masculino” en el cementerio, hasta que en 2005 el Equipo Argentino de Antropología Forense la identificó. Sus cenizas fueron enterradas en la Plaza donde tanto luchó. #azucenavillaflor #mujeresbacanaslatinas
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