“El dilema es qué sociedad queremos construir ahora las mujeres”.
Viene recién llegando de Europa, donde desempeña una de sus labores: Sonia Montecino, hasta 2020, participa del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, de la Unesco. Esto tras años de trayectoria estudiando y enseñando sobre las mujeres, el mundo indígena y más, con publicaciones como el famoso libro Madres y huachos, Biografía de una Machi o La olla deleitosa. En los 90 formó en la Universidad de Chile el Centro de Estudios de Género, convirtiéndose en una pionera del campo y de la preocupación por el espacio de la mujer en la sociedad y en el patrimonio nacional. En 2013 ganó, por todo lo anterior y más, el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.
Uno de tus trabajos más famosos es Madres y Huachos; desde hace décadas fuiste muy clara en marcar la figura mariana que hay en Chile con respecto a la mujer, la imagen de la mujer sufrida y mártir ¿Eso sigue pasando hoy día? ¿Sigue siendo tan fuerte esa impronta que viene de la colonización católica?
Yo creo que hay variaciones y cambios. Sin duda que esta construcción de la madre y de la mujer sufriente doliente ha cambiado desde el siglo XIX. Sin embargo si nosotros miramos, por ejemplo, el tema de la violencia de género, nos podemos dar cuenta de que todavía existe. Ya no es la amenaza de la mujer sufriente porque ha sido abandonada, pero sí es la mujer que es asediada, que es acosada, y que lamentablemente se construye como víctima.
Claro, que el dolor se supone hay que vivirlo con estoicismo según la sociedad.
Los contextos son diferentes pero a mí me parece que todavía sigue funcionando esta idea de la mujer víctima. Y sigue funcionando por las razones de una sociedad que está estructurada en torno a la violencia en general. Si bien hay transformaciones y sin duda nosotros podemos decir que ahora hay un espacio público, y las mujeres tienen mayores oportunidades, eso todavía no está completamente consolidado. Hay una serie de cuestiones que permanecen en las estructuras psíquicas que es muy difícil de cambiar si es que tampoco hay políticas culturales hacia el cambio.
Es decir, para que Chile avance a que las mujeres ocupen más espacios, hay que crearles una estructura para que eso sea posible.
Claro, pero tenemos que crearlas nosotras, porque nadie la va a crear por nosotras. A mí me parece que el ámbito de la cultura, de lo simbólico, tiene un peso tremendamente fuerte, y normalmente las políticas van hacia lo económico, que está bien, es una primera fase que hay que atravesar para liberarte, pero se descuida todo lo otro. Lo que pasó con la muñeca inflable lo dice todo. Ahí es donde yo voy al tema cultural y simbólico. Después Piñera hace unos chistes, el mismo Mayol en una entrevista también se cae. Este plano de lo simbólico es el más difícil de cambiar porque es el que está inyectado en el sistema de sexo y género que vivimos. Decimos que ya hay más mujeres en el espacio público, ¿pero cómo está constituido el espacio público? ¿Hay valores ahí que nosotros queremos? El dilema que yo veo, es qué sociedad queremos construir las mujeres ahora.
Habría que ir al paso previo, si es que existe realmente un espacio que toma lo femenino como igual, no habría violencia de género, por ejemplo.
Claro, ahí hay una tarea, y la tarea de las generaciones más jóvenes de pensar y repensar. Las apuestas feministas del siglo pasado tenían la opción marxista al comienzo, este ideal de que la sociedad socialista nos iba a llevar a la igualdad, pero no pasó. Por otro lado tienes el feminismo liberal, que reina en este momento, que tampoco da respuestas a lo que nosotros queremos. La igualdad realmente no llega, ni por el lado del socialismo ni por el lado del capitalismo, entonces por eso a nosotros nos compete pensar y bueno qué, qué modelo queremos.
¿Cómo ves el cambio de apreciación que tiene el feminismo dentro de las jóvenes? Porque por tanto tiempo fue visto como algo negativo o como una postura política violenta. ¿Ha cambiado eso?
Yo tengo la impresión que ahora estamos frente a unos nuevos feminismos, que incorporan los temas de la violencia de género pero también los temas de la diversidad sexual. Hay una ampliación diría yo y mucho más sana que lo que podría haber sido antes. Sin embargo siento que faltan teóricas o discursos políticos potentes. Creo que ahí estamos un poquito al debe, es más acción, más el deseo, pero falta profundidad. Falta un trabajo conceptual de definir qué es este feminismo, o los feminismos. Hay feminismos indígenas por ejemplo, que sí tienen en América Latina una definición. En el mundo indígena veo más una reflexión de intentar pensar desde paradigmas propios, hay un caudal conceptual mestizo indígena que le da mucha fuerza a las mujeres en Perú, Bolivia, Ecuador, en el mismo México hay movimiento potentes con gente muy joven que está haciendo cosas. Pero acá nosotros, como somos una sociedad tan especial , nos falta acercarnos a eso y tener menos miedo de mostrarse. Acá todavía priman estas cosas como, chuta me van a catalogar de tal manera.
¿Fue difícil abrirte camino en el mundo académico? Sobre todo queriéndote especializar e investigar a las mujeres que hace 20 años a nadie le interesaban mucho.
Fue un camino lleno de obstáculos que hubo que ir venciendo, pero creo que a mí me salvó la convicción. Yo tenía la convicción absoluta de lo que estaba haciendo, justamente porque estaba fascinada descubriéndonos, un camino en el cual yo miraba a las otras mujeres y me estaba mirando a mí misma. Y no había nada; yo empecé trabajando con el mundo indígena, luego del mundo indígena al campesino, fue un camino complejo. Y la universidad es por definición una instancia jerárquica y completamente masculinizada, independiente que haya mujeres. Hay gente que se reía cuando creamos el centro de estudios de género, nos decían ‘entonces ustedes van a fabricar telas, van a hacer vestidos’. Entonces fue todo este camino de lucha y de una cuestión muy linda, con igualdad de condiciones al interior de nuestro centro, las estudiantes querían estar y empezó a generarse todo esto de lo que yo me siento súper contenta. Son más de veinte años y está toda esta gente joven que sigue. Me puedo jubilar y esto permanece. Pero todos los machismos, todo lo que vivimos con mi colega Loreto Rebolledo con quien emprendimos este trabajo, pucha, hay que tener mucha fortaleza. Dese que los decanos te trataban de “niñita”, a las propias mujeres muy asustadas porque tú estás ahí cambiando el sistema. Decían estamos aquí, no estamos discriminadas. Y uno tiene que mostrarles lo que falta.
A veces son las mismas mujeres las poco conscientes de todo lo que falta.
Claro, empiezas a decir: pero cuántas mujeres son decanas, y para qué decir cuántas son rectoras. A la gente se le empiezan a abrir los ojos pero con mucha resistencia. Yo veo en la academia una reticencia terrible, especialmente de parte de los hombres, de incorporar las teorías de género. Entonces hay que pelearlo. Siempre hay que estar peleando. Está el Centro, está el magister, pero tienes que pelear. Eso forma parte de esta manera de estar en el mundo. No hay que desanimarse tampoco porque lograste un derecho y se abre otro. Yo siempre tengo las esperanzas y estoy contenta por eso.
Cuáles son tus mujeres bacanas a destacar.
La Premio Nobel rusa, Svetlana Alexiévich, que me parece notable, es para mí lo máximo. Especialmente el texto La guerra no tiene rostro de mujer. Creo que todas tenemos que leer ese libro. De arte hay muchas muy potente, aquí en Chile me encantan la Paz Errázuriz, Bruna Truffa a pesar de son apuestas distintas. La Bruna me encanta porque tiene ese atrevimiento, esa cosas juguetona de armar, mestizar, y me gusta mucho sus lecturas de género.
De la gente más joven, me encanta la Alejandra Costamagna, encuentro que es buenísima y la Margarita Dittborn. Siento que en este campo creativo hay muchas jóvenes bacanas. Y en cine, la Valeria Sarmiento.
Texto: Isabel Plant y Fernanda Claro