Banco comunal: Migrafuturo, Temuco
Ingrid Acevedo solicitó refugio en Chile por haber sido víctima de violencia en su natal Colombia. Llegó en enero de 2017 en búsqueda de nuevas oportunidades. Comenzó aquí desde cero. Vendió comida en la calle y creó La Parcera, un negocio especializado en platos colombianos y pizzas. En 2021, estando embarazada, le detectaron cáncer de cuello uterino grado cuatro. Fue entonces cuando la invitaron a ser parte del banco comunal. “Tenía el mundo encima cuando me dieron la oportunidad de participar”, dice. Integrante del banco comunal Mujeres Luchadoras, en tan solo un año hizo crecer su emprendimiento.
Penúltima hija de diez hermanos y hermanas, a los catorce años se quedó huérfana de madre y a los diecisiete de padre. Vivió junto a sus hermanas en Montenegro Quindío, donde trabajó como copera y ayudante de cocina. A los quince años tuvo a su primer hijo y luego vino un segundo, mientras tomaba algunos cursos y probaba diferentes empleos. Con 23 años se separó y regresó a su ciudad natal. Usó sus conocimientos de cocina para volver a empezar; preparaba arepas, empanadas y papas rellenas. “Mi mamá me enseñó a cocinar, a ella le encantaba. Así nos levantó”, recuerda.
Ingrid fue entonces víctima de violencia sexual. No podía salir de su casa por miedo. Decidió que no podía vivir más en Colombia. Un amigo le propuso venir a Chile, le dijo que como ella tenía conocimientos de cocina le podía ir bien. Tenía 27 años cuando se instaló en Coquimbo y comenzó a trabajar en un restaurante.
En el invierno de 2018 una amiga chilena la invitó a ir a Chiloé, donde se quedó trabajando durante siete meses. Allí conoció a Roberto, su pareja. Viajaron a Colombia y al volver Ingrid se dio cuenta de que estaba embarazada. La familia se mudó a Temuco, donde nuevamente comenzó a vender papas rellenas y empanadas. Así nació La Parcera, donde luego empezó a hacer pizzas. “Me iba súper bien. Estaba lista para dar el salto y abrir un local”, dice. Pero en 2021 le diagnosticaron cáncer, cuando tenía 26 semanas de embarazo.
Pasó por quimio, radio y braquiterapia. “Descansaba lunes y martes después de las terapias, y cocinaba de miércoles a domingo”, cuenta. Su hijo nació, y a los tres meses Ingrid, aún en tratamiento, se integró a Fondo Esperanza. Con los créditos adquirió máquinas e ingredientes de calidad, para mejorar los productos que ofrecía a través de las redes sociales.
Gracias a los talleres y al ejemplo de otros miembros de su banco aprendió más sobre ventas, sobre cómo llegar al consumidor de una manera amable. Hoy su oferta incluye más de diez productos: lechonas, pizzas, patacones, morcillas, picadas colombianas, entre otros. Todo lo prepara ella.
A sus 34 años, Ingrid ha tenido que sortear muchas adversidades, pero está agradecida de todo lo que le ha pasado: “Me hicieron ser una mujer fuerte”, afirma. Cree que el deseo por cumplir sus sueños y el milagro de tener a su hijo la han motivado a no desistir. Ella no sólo quiere expandir su negocio a otras regiones, sino que también enseñarle a otras personas sus recetas. Está segura de que siendo constante y perseverante se pueden hacer realidad los proyectos.