“Cerré mi mente para únicamente pensar en que tenía que llegar”. Así recuerda la atleta mexicana Enriqueta Basilio el momento en que entró al estadio en plena inauguración de las Olimpiadas de México 1968, con la antorcha que debía encender el fuego olímpico. Era la primera vez en la historia de los juegos que una mujer cumplía esa simbólica misión, en las que fueron las primeras olimpiadas que se realizaron en América Latina.
1968 fue un año de revolución y movimientos sociales en el mundo occidental, y también fue importante para la lucha por la igualdad de las mujeres. Los ojos de cientos de millones de personas se posaron en la antorcha que llevaba Enriqueta, quien en ese entonces tenía veinte años y era campeona nacional en la categoría de ochenta metros con vallas.
Nació en Mexicali, Baja California, justo en la frontera con Estados Unidos, en medio del desierto. Su sueño siempre fue participar de los Juegos Olímpicos, pero solo había ido a los Juegos Panamericanos de Winnipeg, Canadá, en 1967, y a otra instancia deportiva en Cuba al año siguiente. Sin embargo, el comité organizador decidió, contra la costumbre, que una mujer encendiera la llama olímpica. Su designación causó polémica porque algunos consideraban que no tenía experiencia suficiente y otros que provenía de una ciudad muy alejada del centro de México. Pero la decisión se mantuvo y ella se puso a entrenar.
Años después, la atleta contó que la organización olvidó darle un uniforme especial para ese día y tuvo que vestir su ropa de entrenamiento. Eligió una tenida blanca para mandar un mensaje de paz en medio del complejo momento político que se vivía en su país; diez días antes había tenido lugar la matanza de Tlatelolco, en la que cientos de estudiantes fueron asesinados por las fuerzas militares.
Con ese uniforme improvisado, entró al Estadio Olímpico Universitario la tarde del 12 de octubre de 1968. La pista atlética estaba repleta. Al momento de encender la llama, miles de palomas fueron liberadas al cielo. Era el símbolo que México había elegido para las olimpíadas. Basilio en ese momento pensó: “Ya cumplimos las mujeres”.
En 2004 volvió a cargar la antorcha olímpica en las Olimpiadas en Atenas. Para conmemorar los cincuenta años de las Olimpiadas de 1968, Enriqueta fue invitada a prender la llama Maratón en el mismo estadio. Aunque ya no podía correr —llegó en silla de ruedas—, la emoción que sintió fue la misma.
Murió en octubre pasado a sus 71 años por una neumonía.