“Waliki” (OK) y “amuki” (cállate un rato) son palabras aimaras que usa cotidianamente la trabajadora social Pamela Chacana (35), quien desde hace ocho años trabaja en los programas de albergues y rutas de calle que ofrece el Hogar de Cristo para personas en situación de calle en la región de Tarapacá. Morena, graciosa, vital, de raíz quechua por su madre y aimara por su padre, Chacana se define como una mujer indígena urbana, orgullosa y consciente, y esa condición se aviene mucho con el nuevo rol que le está tocando jugar en la grave emergencia migratoria actual.
Desde mediados del año pasado, Pamela dejó a sus “queridos hombres de calle”, para asumir la jefatura de un centro de primera acogida para niños, niñas y adolescentes migrantes y sus familias, en alianza con organizaciones como Unicef y la Defensoría de la Niñez, con presencia en la sobrepasada localidad de Colchane y en Iquique.
“Las personas en calle se han multiplicado en la ciudad, en particular las mujeres y los niños. Hemos derivado de la situación de calle a una condición de tránsito migratorio muy crítica, donde nos toca dar una primera respuesta humanitaria a esos niños que han perdido su espacio de juego, sus sueños, su infancia, en largos periplos a través de varios países. Los niños llegan en muy mal estado de salud, tanto física y mental, con desnutrición y traumas evidentes por lo que les ha tocado vivir. Como mujer indígena sé lo que es ser migrante, porque las comunidades altiplánicas lo son y nuestra cultura es de reciprocidad. Sabemos que hay que dar para recibir y viceversa, y eso es lo que practico a diario en mi trabajo”, dice la trabajadora social.