A fines del siglo XIX y principios del XX las mujeres en Japón estaban totalmente excluidas del mundo político; de hecho la ley les prohibía asociarse a partidos o hacer reuniones con ese fin. Votar era impensado. Fue en ese contexto que Fusae Ichikawa se convirtió en un ícono feminista y sufragista de su país.
Nació en la prefectura de Aichi, hija de un matrimonio de pocos recursos donde el padre ejercía violencia sobre la madre. Fusae fue a la escuela de niñas local, pero se sentía restringida por la educación para las mujeres, enfocada en formar solo esposas y madres. Una vez graduada fue profesora y luego trabajó como reportera. Conoció a otra joven de ideas grandes como ella, Hiratsuka Raicho, y juntas crearon la Asociación de la Nueva Mujer, que buscaba trabajar por los derechos laborales, de educación y de sufragio para las mujeres. Juntaron firmas y animaron a otras a oponerse a la ley que les prohibía participar de la política; esta fue derogada en 1922.
Ichikawa viajó a Estados Unidos a trabajar donde se empapó además de la lucha por el voto. En su regreso a Tokio, creó la Liga Sufragista Femenina de Japón, la primera organización de su tipo en el país. Estarían movilizándose por los siguientes años, entre medio de guerras y conflictos. Lograron finalmente que las mujeres pudieran votar en el Japón de 1945, cuando aún tenían ocupación de aliados tras la segunda guerra mundial. Más adelante Fusae dijo: “Pueden decir que es solo un voto, pero por la virtud de obtenerlo, las mujeres serán consideradas como iguales por primera vez por los hombres”.
Fusae no terminó su vida política con el voto; se convirtió en política, aunque nunca cedió reunirse con algún partido, sino que siempre puso su trabajo feminista primero. Fue elegida cuatro veces diputada, sirviendo más de 25 años en total en el parlamento.