La emperatriz china Leizu, también conocida como Xi Lingshi y Lei Tsu, fue quien descubrió el gusano de la seda, desarrolló el arte de la sericicultura e inventó el telar para trabajar este delicado hilo. El inicio de la industria de la confección de seda impulsó el comercio exterior chino en el siglo XXVII a.C.
Una leyenda narra que un día Leizu estaba bebiendo té en su vergel, bajo la sombra de un árbol de morera, cuando de repente de una de las hojas cayó un capullo a la taza que sostenía entre sus manos. El calor del agua comenzó a separar sus filamentos poco a poco y apareció un fino hilo brillante. La futura “Diosa de la Seda” tuvo una idea.
Le contó lo sucedido a su esposo, el Emperador amarillo -uno de los mitológicos “Cinco Emperadores”- y le pidió conservar a los gusanos, pese a que éstos se estuvieran comiendo gran parte del jardín. A cambio, le propuso plantar más moreras para que así se multiplicaran. Él accedió.
Con el deseo de elaborar una tela, estudió a los gusanos. Probó distintas formas de alimentarlos. Confirmó que cuando consumían las hojas de las moreras producían los mejores filamentos. Luego creó un telar e inventó el primer carrete que unía las hebras con la suficiente fuerza para resistir ser tejidos.
Reunió a un grupo de mujeres de la corte, les enseñó a manufacturar un fino tejido que era de uso exclusivo de la familia imperial y de los más altos nobles.
Por lo mismo, pronto comenzó el contrabando a través de la Ruta de la Seda, una vía comercial que partía en Asia, cruzaba parte de África y terminaba en el continente europeo.
Cuentan que esta fina hebra comenzó a ser utilizada como moneda de cambio y que durante más de dos mil años sólo los chinos conocieron sus orígenes y desarrollaron la sericicultura, que se entiende como la cría del gusano de seda con un conjunto de técnicas para producir capullos y, con ellos, la seda misma como producto textil final.