Considerada la madre de la alquimia, María “la Judía” creó instrumental y procedimientos de laboratorio utilizados hasta hoy en día. Autora de diversos textos científicos, se supone que murió joven a causa de la toxicidad de los compuestos con los que trabajaba. Pese a que su año de nacimiento es incierto (dicen que puede haber sido entre el siglo I y el III d.C), lo que sí se sabe es que vivió en Alejandría.
Inventó distintos aparatos destinados a la destilación y sublimación de materias químicas, como el tribikos y el kerotakis. El primero consistía en un alambique de tres brazos que se utilizaba para obtener sustancias purificadas a través de la destilación. El segundo era un aparato de reflujo usado para calentar sustancias y recoger sus vapores; para esto ocupaba mercurio, azufre y arsénico, y mediante el calor conseguía que los compuestos transitaran del estado sólido al gaseoso.
Asimismo, creó el famoso método de calentamiento de sustancias de manera indirecta y uniforme conocido popularmente como “baño María”, una técnica que se sigue ocupando en la actualidad tanto en las operaciones de laboratorio químicos y farmacéuticos, como en los procesos industriales y domésticos. En su obra «Extractos hechos por un filósofo cristiano anónimo» (conocida también como «Diálogos de María y Aros») describió y nombró operaciones que después serían la base de la alquimia medieval.
Gran parte de sus escritos se perdieron cuando el emperador Aureliano destruyó Alejandría en el año 272 d.C. Sin embargo, en el siglo IV, el alquimista Zósimo de Panópolis recuperó parte de su obra y la incluyó en un compendio de saberes antiguos junto con otros sabios de la alquimia. Más tarde, en el siglo VIII, el cronista bizantino Jorge Sincelo señaló en sus crónicas que pensaba que María había sido maestra del filósofo Demócrito.