Creadora del primer modelo de lavavajillas patentado en 1886, la estadounidense Josephine Garis logró salir de la ruina causada por las deudas de su fallecido marido. Exitosa mujer de negocios, a lo largo de tres décadas la inventora registró cinco nuevas patentes para unos modelos de lavavajillas perfeccionados.
Hija de John Garis, uno de los fundadores de la ciudad de Chicago, desde niña Josephine acompañó a su papá en sus múltiples tareas: supervisar la construcción de aserraderos y ruedas hidráulicas y a desecar terrenos pantanosos. Pero tras la muerte de su mamá enviaron a la futura inventora a vivir con su hermana para terminar sus estudios.
A los 19 años se casó con un adinerado comerciante y político. Se mudaron a Shelbyville donde Josephine comenzó a organizar veladas que reunían a la élite de la ciudad. Dicen que para los eventos utilizaba una delicada vajilla de porcelana china que pertenecía a la familia desde el siglo XVII, y estaba cansada de que en cada ocasión se estropeara.
Decidida a solucionar la situación, retomó la idea de fabricar un lavavajillas patentada alrededor de 30 años antes por Joel Houghton. Con la ayuda de un amigo mecánico llamado George Butters hizo los primeros bocetos. En 1886, Josephine patentó su invento y fundó Garis-Cochrane Dish Washing Machine Company.
Pese a que poco a poco comenzó a vender su producto, la compañía encargada de fabricarlo le impedía hacer mejoras por no ser una “profesional de la mecánica”. Aun así, logró conseguir clientes. En 1893 presentó su invento en la Exposición Mundial de Chicago donde obtuvo el primer premio como “mejor construcción mecánica, duradera y adaptada al ritmo de trabajo”.
Tras el éxito, constituyó la compañía Cochran’s Crescent Washing Machine con el propósito de fabricar lavavajillas para uso doméstico. Pese al reparo de muchos trabajadores que temían que esto les quitará su fuente laboral, el invento fue reconocido en la prensa de la época como un hito revolucionario de la vida doméstica y de la emancipación femenina.