Francesca Woodman hizo del autorretrato su tema fotográfico predilecto, creando un legado único de imágenes fantasmagóricas en blanco y negro.
Nació en una familia de artistas en Estados Unidos, madre y padre escultores, por lo que el arte siempre estuvo presente en su formación. A los 13 años recibió una cámara Yashica donde descubrió su pasión por la fotografía. Tras estudiar arte y diseño en la Escuela de Diseño de Rhode Island, fue becada para trabajar y vivir en el Palazzo Cenci en Roma en 1977, donde aprendió de distintos movimientos artísticos, como el gótico, romanticismo y surrealismo, que influyeron en su mirada fotográfica.
Si bien siempre se tomó autorretratos, fue durante su estadía de un año en Italia donde definió el estilo monocromo melancólico que la hizo famosa. Imágenes donde aparece vestida, otras desnuda, en lugares abandonados y en decadencia. La arquitectura se convirtió en el escenario perfecto para contrastar su figura humana, que se difumina en el movimiento de su cuerpo, mientras el espacio y los objetos permanecen quietos, como en sus imágenes On Being an Angel, Glove Serie y Self-deceit.
Luego de volver de Italia, y tras tener dificultades para hacerse un nombre como fotógrafa en Nueva York, cayó en una profunda depresión de la que nunca se recuperó; a los 22 años murió luego de saltar desde un edificio. Su enigmático trabajo artístico, conformado por más de 800 impresiones, acaparó gran interés tras su muerte, lo que se tradujo en diversas publicaciones y exhibiciones póstumas, como la realizada en 2016 por la Fundación Henri Cartier-Bresson, “On being an angel”. La evocación de la soledad, la ausencia y la presencia, conformaron un legado fotográfico que hoy es parte de la colección internacional del Tate Modern en Londres, y el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York.