Banco comunal: Rayito de Sol, Valdivia
Elizabeth Navarro empezó su emprendimiento Chocolates Elina hace una década, dos años después de integrarse a Fondo Esperanza. “Había dejado de trabajar hacía poco y no tenía lucas. A través del banco comunal recibí apoyo y asesoría”, recuerda. Casi al mismo tiempo se le diagnosticó distrofia corneal bilateral, una enfermedad hereditaria que la fue dejando ciega. “Tenía como un paño blanco en el ojo. Pensé, ‘hasta aquí va a quedar todo, no podré trabajar más’”. Gracias a un trasplante de córneas volvió a ver, pero con el tiempo le dio glaucoma en un ojo y cataratas en el otro. Aún así, sigue elaborando sus chocolates artesanales: “Los voy a seguir haciendo hasta que me dé la vista. Espero que sea harto”.
Nacida en Valdivia, quedó huérfana a los diecisiete años y se hizo cargo de su hermana que tenía tres. Vivió con ella y un tío por algunos años; cuando él dejó la ciudad, Elizabeth optó por quedarse en Valdivia para terminar la enseñanza media.
Más adelante arrendó una pieza y encontró empleo en la mítica Casa Benjamín, una multitienda donde se desempeñó como vendedora durante veinte años; luego trabajó haciendo inventarios en un supermercado. Después de pasar un tiempo sin trabajar, intentó volver al mundo laboral pero con cincuenta años nadie la contrató. Su familia la componían su esposo, sus dos hijos, su hija y su hermana, por lo que tenía que encontrar una manera de ganar dinero. “Fue ahí que se me prendió el chip”. Elizabeth decidió ser independiente.
Partió tomando un curso de costura y trabajó un tiempo arreglando ropa. Luego vendió empanadas y preparaciones dulces los fines de semana y fue recepcionista en un hostal. Pero quería algo propio, “donde yo fuera mi jefa”, explica. Un día asistió a un cóctel y vio que había muchos tipos de chocolates; pensó que eso podía ser un buen negocio. En el 2000 se hizo socia del banco comunal Rayito de Sol. Con los créditos compró moldes, materia prima y una cuchuflera; y encargó pendones y tarjetas de presentación. Sus hijos fueron los más felices con el emprendimiento, “por su rol de catadores”, dice Elizabeth.
Sacó la resolución sanitaria, tomó un curso de chocolatería en Inacap. Cuando tenía dudas, consultaba en Google o en Youtube y poco a poco se profesionalizó. Se organizó con otros chocolateros y juntos crearon la Agrupación de Chocolateros y Gourmet Valdivia.
En 2015 se percató de que estaba perdiendo la vista; tenía sesenta años y empezó a ver difusas las letras de la televisión. Así partieron sus varias visitas al pabellón. Hoy sigue trabajando, aunque casi no ve con el ojo derecho. “Cuando empecé con la chocolatería no tenía dinero. La primera vez me prestaron $50.000. Gracias a mi buen comportamiento fue aumentando el monto de los créditos. Cuando estuve enferma pedí menos plata, pero no me tuve que salir”, dice Elizabeth.
Siente pasión por el chocolate: prepara alfajores, cuchuflís, chocolates para diabéticos y pequeños cubos individuales de veinte sabores distintos. La gran motivación de Elizabeth para salir adelante es su familia. “Que ellos estuvieran bien me daba ánimo. Yo también tenía que estar bien para ellos”. Independiente de los problemas, cree que es importante mantener una buena actitud. Elizabeth resume que gracias a su banco comunal “creció mi negocio y yo también”.