Uno de los nombres más importantes en la Generación del 50, la poeta Delia Domínguez plasmó la naturaleza y la vida del campo chileno en su aplaudido trabajo, con elementos de antipoesía y la poesía lárica.
“Mi papel fundamental va a ser incorporar el pensamiento de la mujer creadora en la literatura actual y la integración de la poesía joven de la provincia en el contexto nacional”, explicó alguna vez Domínguez, quien también en el poema Papel de antecedentes se autodefinió como “católica, mestiza, minimalista y campesina”.
Nació en Osorno en 1931, y su infancia estuvo marcada por la muerte de su madre, y por ser educada en la estrechez de un internado católico. Ya a los diez años Domínguez ganaba un premio importante de poesía.
Tras un paso por la universidad, donde no terminó Derecho, vuelve a su ciudad natal a hacerse cargo del campo familiar. Es esa vida y entorno natural el que se lee en su trabajo, como alegorías de la vida, la muerte y el tiempo. Su primer libro es de 1955, Simbólico Retorno. Vendrían después La Tierra nace del canto, Pido que vuelva mi canto o Clavo de olor, entre otros. Su amigo Pablo Neruda alguna vez describió sus escritos: “Mi amiga silvestre criada entre los avellanos y helechos antárticos domina la relación humana con la ternura que adquirió aprendiendo y defendiéndose de la soledad”.
Domínguez fue la primera mujer en presidir la Sociedad de Escritores de Chile, ganó el premio del Consejo Nacional del Libro en 1996, pero el Premio Nacional le fue esquivo, tras haber sido nominada tres veces sin llevárselo. Domínguez murió en 2022, a los 91 años.