Banco comunal: Valle de la Luna, Calama
Ni la discriminación, ni el cáncer, ni el Covid detuvieron a Ana Margarita Farías. A punto de cumplir seis décadas, la socia del banco comunal Valle de la Luna en Calama sigue transformando sus ideas en productos, siempre con la preocupación de volver más hermoso su entorno. Ana reacondiciona prendas de vestir y ha podido invertir y crecer gracias a Fondo Esperanza.
Enviudó hace 29 años y con emoción recuerda la boutique de joyas de oro que tuvo junto a su pareja. “Cuando él falleció no supe llevar el negocio y quebré. La pérdida me hizo decaer anímicamente, pero siempre he tenido corazón de emprendedora y con Fondo Esperanza tuve la posibilidad de volver a levantarme”, cuenta sobre el negocio de venta de ropa que tiene hace quince años en la feria.
Pese al poco tiempo libre por su trabajo formal como asesora del hogar, Ana se las ingenió para generar más ingresos mediante la compra, reacondicionamiento y venta de prendas de vestir. “Hace unos cuatro años vi en Facebook que buscaban personas para formar un banco comunal. Pensé: ¿será verdad, será mentira?, es raro que alguien te preste plata, sobre todo ahora con las estafas. Pero me animé”, recuerda. Con el primer préstamo dejó fluir su creatividad. “Yo no vendo cualquier cosa. Compro lotes de ropa que transformo y decoro. Me siento una diseñadora. Lo hago actual, a la moda. Vendo carteras, ropa, zapatos. Tengo mucha clientela, incluso en los días que no anda nadie en la feria, mi puesto está lleno”.
De madre mapuche, Ana cuenta que sufrió mucha discriminación y violencia en su infancia. Aunque tenían problemas económicos, como familia se las arreglaban para salir adelante. Ana decoraba la casa con lo que encontraba, para darle una sensación de hogar. “Mi mamá me dio un consejo que no olvidaré jamás: ‘Dios nos dio las manos para trabajar y con eso podemos sobrevivir’. Ella me regaló todos los valores para que yo sea una emprendedora”.
Ahora ella es la madre y abuela que entrega esa forma de ver el mundo, esas ganas de tomar lo que se tiene y convertirlo en una nueva oportunidad. Con sus hijos grandes y profesionales, Ana aún cría a un nieto de 16 años con quien no sólo convive, sino que también comparte el valor del trabajo en la feria. “Él me motiva. Si no voy a trabajar no le puedo dar esa sonrisa diaria ni asegurarme de que no le falte nada. Crear ropa que sé que a la gente le gusta y darle sustento a mi nieto, me da vida. Igualito a cuando era niña. Me siento de veinte aunque ya vaya para los sesenta”.