Pintora, grabadora y dibujante peruana, Tilsa Tsuchiya es considerada como una de las más grandes exponentes artísticas en su país. Para ella, la pintura “sabe decir lo que una va descubriendo”.
Hija de padre japonés aristócrata y madre con ascendencia china, Tilsa nació en Perú al norte de Lima. Séptima de ocho hermanos, se interesó en el arte cuando vio a uno de ellos, Wilfredo, dibujar. A los ocho aprendió a pintar.
Quiso estudiar piano o medicina. Aprender a cocinar y ser ama de casa, pero un día vio una reproducción de un cuadro de Rembrandt y tomó una decisión. “Yo quiero ser Rembrandt, yo quiero pintar”, se dijo convencida.
En 1947 ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Lima. Ese año murió su papá y un par después su mamá. Interrumpió sus estudios, tuvo al primero de sus dos hijos. Junto a Wilfredo abrió una vidriería y taller de enmarcado. En sus ratos libres hacía copias de cuadros de Van Gogh o Miró.
Se reintegró a la Escuela. Ganó el Segundo Premio del Salón Municipal del año 1957, participó en la “Primera Bienal de la Juventud” convocada en París. Obtuvo la nota más alta de su “Generación de oro”, por lo que mereció el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro.
La primera vez que expuso fue en una cafetería. Luego montó su primera muestra individual en el Instituto de Arte Contemporáneo en 1959. Al año siguiente se mudó a París para estudiar grabado en la École des Beaux-Arts e Historia del Arte en La Sorbona.
Cuando regresó a Lima la distinguieron con el Premio Teknoquímica que la consagró como una de las artistas más destacadas de su época. Su obra fue influida por el realismo social, la cultura popular y el indigenismo. Fusionó sus aprendizajes europeos con el imaginario japonés, la mitología quechua. Buscaba comprender el espíritu del arte precolombino.
Tres meses después de su muerte a causa de un cáncer, la empresa estatal peruana Petroperú le dedicó una exhibición retrospectiva de sus obras. “Míticas, místicas, llenas de luz, eróticas, sublimes”.