“Se veía como una reina entre pianistas, e interpretaba como una diosa”. Así describió a Teresa Carreño el director de orquesta Henry Wood. La venezolana fue la pianista más famosa de su época en América y Europa, una virtuosa que interpretaba a compositores de la talla de Chopin, Beethoven y Liszt, entre otros, y que compuso más de setenta piezas para piano, voz y orquestas.
Nació en Caracas, en una familia con una fuerte impronta musical. Su padre, Manuel Antonio Carreño, vio en ella un talento precoz y procuró que recibiera lecciones de piano. Tenía razón: la primera vez que Teresa compuso unas partituras propias fue a los seis años.
Para apoyar a la niña prodigio los Carreño se radicaron en Nueva York cuando Teresa tenía ocho años. Pronto hizo su primera gran presentación en el Irving Hall, seguida de una pequeña gira por distintas ciudades de Estados Unidos y Cuba. En 1863 ofreció un concierto estelar: con diez años, se presentó frente a Abraham Lincoln en la Casa Blanca.
En 1866 su talento se hizo extensivo a Europa, al mismo tiempo que su madre murió de cólera. La pena no se interpuso en su camino: conquistó París y se presentó en España y Gran Bretaña. Su fama aumentaba a tal nivel, que la joven concertista incluso tocó frente a músicos como Liszt o Rossini.
Años después volvió a Estados Unidos para unirse a una orquesta itinerante, donde conoció a su primer marido, el violinista francés Émile Sauret. Sería el primero de cuatro esposos, lo cual convirtió a Teresa Carreño en una mujer atípica para la época, cuando el divorcio aún no era muy aceptado. Con Sauret tuvo una hija, que entregó a unos amigos para que la criaran. En los matrimonios siguientes tendría cinco hijos, algunos de los cuales siguieron sus pasos musicales.
Teresa volvió a Venezuela dos veces. En 1885, el presidente Joaquín Crespo le pidió que diera un concierto, y luego, en 1886, el siguiente mandatario, Antonio Guzmán Blanco, la invitó a hacer una temporada de presentaciones en Caracas. Todo salió mal, en parte porque el resto de los músicos no era ni profesional ni talentoso, y en parte porque la sociedad venezolana de la época se negó a apoyar a una mujer divorciada como Teresa.
En 1889 decidió volver a Europa, se asentó en Alemania y gozó de gran reconocimiento. Volvió luego a Estados Unidos y siguió girando por Europa, América, Australia y Nueva Zelanda. Fue en una de sus giras por Cuba cuando enfermó, y en 1917 volvió a Nueva York a morir.
Hoy sus restos descansan en el Panteón Nacional de Venezuela y el complejo cultural más grande de ese país lleva su nombre.
* Esta bacana es parte de nuestro libro Mujeres Bacanas Latinas.