Reconocida como una de las primeras mujeres animadoras en la industria del anime japonés, Reiko Okuyama logró ocupar un espacio en un mundo dominado por hombres. Hizo carrera en la compañía de animación Toei Doga, ilustró libros infantiles y fue maestra de una escuela de diseño. Luchó por los derechos laborales de las mujeres y su triunfo benefició a todas las japonesas.
De niña era muy enfermiza, por lo que pasó mucho tiempo en cama. Leía, dibujaba, escribía obras de teatro y diseñaba el vestuario. Desafiando los deseos de su mamá y papá que querían que ingresara a una universidad rural, se mudó a Tokio para buscar trabajo.
A los 21 años asistió a una entrevista en Toei Doga pensando que buscaban a una ilustradora de libros infantiles. Le pidieron que hiciera los dibujos para completar una animación y al ver los resultados la contrataron para el puesto de interpoladora, quien tiene por función rellenar con dibujos el movimiento progresivo entre dos momentos de cada acción.
En 1959 ascendió al cargo de segunda animadora. Se casó con su colega Yôichi Kotabe y tuvieron un hijo. Tras su post natal le pidieron que renunciara, en ese tiempo obligaban a las mujeres a firmar un contrato donde se comprometían a hacerlo en caso de ser madres. Como ella se negó le quitaron el rango y la bonificación, y amenazaron con despedir a su marido.
Se conformó un sindicato y enfrentaron a los directivos. El triunfo fue para todas las mujeres del país: podrían casarse y tener hijos sin tener que renunciar a sus carreras profesionales. Fue así como no sólo siguió en la empresa, sino que además al tiempo ascendió a animadora principal. También hizo animación comercial y colaboraciones con distintos estudios.
A fines de los 70 empezó a hacer lo que siempre había querido: ilustrar libros infantiles. En 1985 se convirtió en profesora de la Academia de Diseño de Tokio y descubrió el grabado en cobre, pasión que la acompañó hasta su muerte. En 2003 hizo su última animación para el proyecto colectivo «Fuyu no hi».