Banco comunal: Emprendedores del litoral, San Antonio
Noemi Toledo partió vendiendo empanadas en el patio de su casa ubicada en plena carretera costera de Algarrobo. Conoció Fondo Esperanza y fue obteniendo créditos a través del banco comunal Emprendedores del litoral. Recuerda: “Me dio una oportunidad que nadie me dio por no tener grandes ventas, por ser una microempresa familiar. Trabajan contigo desde la confianza”. Todo el dinero que recibía lo invertía en su negocio. Probó con una sanguchería, luego vendió menús y colaciones. En su terreno hasta abrió un restaurante.
Nació en Linares, hija de una madre adolescente que la dejó al cuidado de unas tías; una de ellas se transformó en su mamá putativa. Cuando Noemi tenía cinco años se mudaron a El Quisco y años más tarde ella se trasladó a Viña del Mar para estudiar Secretariado Ejecutivo Bilingüe. Cuando regresó a El Quisco se casó, tuvo hijos y a los 25 años se separó. Con el tiempo se volvió a emparejar y tuvo otra hija.
Empezó en el mundo de los negocios con una tienda de disfraces, la primera de la zona. “Venían personas de Casablanca, de Santo Domingo”, recuerda. Se amanecía cosiendo, decorando, armando tenidas. Lamentablemente su mamá se enfermó de cáncer y Noemi dejó su negocio y se convirtió en cuidadora. Se volvió a separar y su madre murió.
Entonces recibió ayuda de su primer marido; así logró comprar una pequeña cabaña en la carretera de Algarrobo. “Llevaba muchos años abandonada por lo que hubo que restablecer todos los servicios. Era fea, pero yo les decía a mis hijos que ahí íbamos a hacer un negocio”.
En 2010 conoció a José, su actual pareja. “No teníamos nada más que ganas”, dice sobre los inicios de su emprendimiento. Al lado de su casa había un restaurante famoso, las personas hacían fila afuera esperando una mesa. “Se me ocurrió enfocarnos en esas personas y le dije a José que quería vender empanadas”. Todo lo que rodeaba la casa era tierra; regaron, barrieron y sacaron todas las mesas que tenían afuera. Noemi preparaba las empanadas y pasteles de choclo en su cocina.
En el 2012 les dieron la resolución sanitaria como microempresa familiar. Noemi vendió muebles de su casa para sustentar su emprendimiento. Empezó a crecer de a poco, pero era difícil. “No era viable pedir un crédito en un banco porque el negocio era chiquitito, quién nos iba a financiar”, explica.
En un encuentro de excompañeros le hablaron de Fondo Esperanza y en 2014 asistió a la primera reunión. El primer préstamo que recibió fue de $70.000 y lo destinó a mercadería. Con paciencia y perseverancia fue avanzando. Todo el dinero que recibía lo inyectaba en su negocio. Pudo comprar máquinas, construyó cuatro locales comerciales y rearmó su casa en el segundo piso. Abrió La Marisquería, un restaurante especializado en productos del mar, donde cumple las labores de “administradora, garzona o cocinera, si se necesita”.
Noemi es una de las socias más antiguas de Emprendedores del litoral, incluso ha sido parte de la directiva. Hoy dice: “Lo primero que una tiene que tener son ganas. Después viene lo demás”.