Banco comunal: Los Mangos, Alto Hospicio
Leila Figueroa lleva doce años vendiendo comida en Alto Hospicio. Empanadas, sopaipillas, berlines, completos, churrascos y salchipapas. Hace más de ocho años se unió a Fondo Esperanza y asegura que “si no fuera por ellos, no habría surgido tanto”. Partió calentando el pan de los completos en el tostador y preparaba las vienesas en una cocinilla pequeña. Con los créditos que ha obtenido a través del banco comunal Los Mangos ha podido comprar mercadería e implementos, también tres mesas, dos toldos y unos pisos que instala frente a su carrito. Es un éxito: las personas son capaces de esperar una hora para probar sus preparaciones.
Su vida ha sido muy dura. Tuvo tres hijos con un hombre alcohólico con quien se emparejó muy joven. Vivieron como allegados en la casa de los padres de Leila, y junto a su mamá vendían sopaipillas pasadas y empanadas. Un día una amiga le dijo que ofreciera completos en la feria. “Salía a las 4:30 de la mañana para poder agarrar puesto”, recuerda. Después, cuando empezó a trabajar en la feria La Quebradilla de Alto Hospicio, se levantaba a las 3 de la mañana para hacer las masas de sus berlines y sopaipillas. Leila encontró una nueva pareja, César, quien la ha ayudado a salir adelante y con él tuvo a su cuarta hija.
Fueron sus primas las que la invitaron a Fondo Esperanza. Se convirtió en la delegada del grupo Los Mangos y hasta hoy sigue siendo parte del banco comunal de emprendedores porque “el interés de los créditos es bajo. Una no se tiene que encalillar en otro lado”. Todo el dinero que recibe lo invierte en mercadería.
A veces los clientes van directo a su casa a pedirle un completo o un churrasco. Da lo mismo qué hora sea, ella los prepara igual en su cocina. Afirma que la gente vuelve por sus mayonesas caseras de choclo, aceituna, pickle o ajo.
Durante la pandemia Leila se dedicó a hacer rifas: sorteaba desde chanchos a licores. Con el dinero que ahorró se compró un carrito más grande donde prepara churrascos, salchipapas y barros luco. Hoy su máximo sueño es comprarse un food truck, para el que ya tiene varios implementos: un horno, dos freidoras, una churrasquera, una amasadora. “Lo único que me falta es la salsera”.
Cuando regresó a La Quebradilla tras las cuarentenas, su clientela también volvió. “Los fines de semana comienzo a atender a las 7:30 de la mañana. Y a veces, a las 10:30, ya he vendido todo”, dice. Hoy es un emprendimiento familiar, César la apoya llevando y trayendo su carrito y su hijo le ayuda a vender. “Me levanto todas las mañanas y le doy gracias a Dios por tener un día nuevo de vida”.