“Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia a través de la historia han tenido como único mérito la perseverancia y el optimismo”.
Rita, junto a su melliza Paola, eran las menores de cuatro hermanos de una familia judía sefardí de Turín, Italia. Su padre esperaba que Rita se casara y se dedicara a ser una buena esposa y madre, pero ella tenía otros intereses y desobedeciendo sus deseos entró a estudiar medicina. Se graduó con la máxima calificación en 1936 y se especializó en neurología. Comenzó a trabajar como históloga; investigando todo lo relacionado con tejidos orgánicos. Pero entonces vino Benito Mussolini y su “Manifesto per la Difesa della Razza” que prohibía a toda persona judía a acceder a alguna carrera académica o profesional. Durante la II Guerra Mundial, la familia Levi-Montalcini se refugió clandestinamente en Florencia y Rita montó un laboratorio dentro de su pieza. Ahí siguió estudiando el crecimiento de las fibras nerviosas en embriones de pollo.
Tras la guerra se instaló en Misuri, en la Universidad Washington de Saint Louis, y trabajó con el destacado bioquímico profesor Viktor Hamburguer. En 1959 fue nombrada profesora titular de esa universidad. En 1986 se ganó el premio Nobel de Medicina junto al profesor Stanley Cohen por su investigación neurológica que determinó la existencias del factor de crecimiento neuronal.
En 1994 creó una fundación que busca financiar la educación de mujeres jóvenes, especialmente mujeres de África. Escribió varios libros, incluidas sus memorias que tituló “Elogio de la Imperfección”. Nunca se casó ni tuvo hijos, sus pasiones fueron el conocimiento, la docencia y la ayuda social. Como si fuera poco, Rita también fue senadora vitalicia, designada por el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi.
Murió a los 103 años, cargada de energía y con su cabeza intacta: “El cuerpo se me arruga, es inevitable, ¡pero no el cerebro!”