Exploradora, escritora, fotógrafa, alpinista, etnógrafa, espía, geógrafa, administradora política, diplomática y arqueóloga.A Gertrude Bell se le ha llamado la “Lawrence de Arabia femenina”, “La Tigresa de Irak”, “La Reina sin corona de Mesopotamia”. Qué tal.
Nació en Inglaterra, hija mayor de un matrimonio de alta alcurnia y muy, muy adinerado. Su madre murió cuando ella tenía sólo tres años y eso hizo que Gertrude fuera especialmente cercana a su padre y años más tarde a su madrastra Florence, una joven escritora de libros infantiles
Gertrude creció rica e inteligente, tanto así que después de estudiar en el Queen’s College de Londres, su padre accedió a enviarla a la Universidad de Oxford, algo muy poco común en la época. Ahí estudió historia moderna y se convirtió en la segunda mujer en pasar un examen de grado. Claro que este fue sólo un reconocimiento informal; Oxford no dio ningún título universitario a una mujer hasta 1920.
A los 24 años Gertrude se lanzó al mundo. Aquí vamos a resumir, pero partió en Persia (hoy Irán) y siguió por Mesopotamia, Turquía, Siria, Palestina, Líbano, Arabia y Egipto. Como alpinista también llegó a la cumbre de las Montañas Rocosas y Los Alpes. Durante sus travesías sacó fotos con una cámara Kodak, escribió libros y cientos de artículos de prensa.
Tuvo un par de grandes amores que no prosperaron y que le rompieron el corazón (el primero era un vividor y el segundo era casado, nadie se salva). Generalmente Gertrude eligió viajar sin compañía de occidentales, sólo con guías y escoltas locales. Se desplazaba con un montón de baúles que llevaban hasta una bañera desplegable, vestidos y una elegante vajilla inglesa. Bell nunca se vistió como hombre (como otras viajeras de la época) e incluso se negó a usar
pantalones.
En 1907 dirigió una excavación en el yacimiento bizantino de Binbirkilise, en Anatolia, junto al arqueólogo escocés William Mitchell Ramsay. Luego, en medio de una expedición arqueológica conoció a su amigo y colega T. E. Lawrence, más conocido como el famosísimo “Lawrence de Arabia”.
Su carrera arqueológica se interrumpió por la I Guerra Mundial, entonces el Reino Unido requirió sus servicios para la Arab Intelligence Bureau of the British Army en El Cairo, y Gertrude se convirtió en una agente indispensable para negociar con los jeques del Golfo Pérsico. Es decir se transformó en espía. Aquí la historia es menos conocida por razones obvias, pero lo que sí sabemos es que Bell participó activamente en la creación del Estado de Irak y defendió fuertemente su independencia . Como tenía una buena relación con el Rey Faisal I, se quedó viviendo ahí y trabajando como arqueóloga. Fundó el Museo Arqueológico de Bagdad, al cual donó su propia colección de piezas. El arqueólogo Max Mallowan -marido de Agatha Christie– la describió como inflexible a la hora de proteger el patrimonio arqueológico y hasta escribió: “ninguna tigresa hubiera salvaguardado los derechos de Irak como lo hizo ella”.
Gertrude Bell murió en Bagdad en julio de 1926, a los 57 años. Dejó una carta pidiendo que cuidaran a su perro y un velador lleno de frascos de somníferos vacíos. Fue enterrada en esa ciudad con un multitudinario funeral.