Nuestra abanderada en Río 2016 no es sólo una atleta luchadora, que ha estado en cinco Juegos Olímpicos como maratonista, sino que es una sobreviviente; a sus 40 años, y con ganas de librarse de cargas del pasado, contó antes de partir a la competencia que fue abusada, sistemáticamente, por su padrastro durante toda su infancia y adolescencia. En un ambiente pobre, empezó a correr; para huir, para olvidar. Fuerte, Olivera no sólo escapó del círculo del abuso, sino que se convirtió en una campeona deportiva sudamericana. Ídola.
Sus comienzos en el deporte partieron cuando tenía 11, ya a los 18 estaba ganando medallas. Panamericanos, Sudamericanos, todo tipo de torneos en donde Erika fue llamando la atención y consiguiendo marcas: su título más destacado es de 1999, con 2:17,41 en la maratón de los Panamericanos de Winnipeg, donde obtuvo la medalla de oro. Hoy, esta madre de cinco hijos acumula 31 medallas en diversos campeonatos de atletismo. Río será su despedida.
Sobre su calvario privado, Erika contó este año a Revista Sábado: “He tenido que dar muchas entrevistas este año y en todas seguir mintiendo, repitiendo una historia que no es cierta, poniendo la cara. Dan ganas de decirle: hueón, no me pregunten más por mi familia No puedo hacer justicia con mis manos, tampoco judicialmente. La única manera de hacer justicia que me queda es contar la verdad. Los secretos pesan mucho“. Una víctima que se convierte en salvadora de otras que sufren el abuso, al sacar la voz.
Un lujo de representante olímpica.