Voz fundamental de la poesía modernista, Delmira Agustini revolucionó a la sociedad de su tiempo por el alto contenido erótico de sus creaciones. Protegida de Rubén Darío, la poetisa uruguaya legó una visión del lenguaje erótico y del deseo femenino que se contrapuso con los códigos tradicionales de su época, creando una escuela de voces femeninas que retomó su legado tras su fatídica muerte.
Hija de Santiago Agustini y María Murtfeldt, Delmira nació en el seno de una familia burguesa. Se educó en el hogar y su vida se repartió entre clases de piano, pintura, dibujo e idiomas. Fue así como a los cinco años ya sabía leer y escribir y a los diez componía sus propios versos.
A partir de 1902, a los 16 años, empezó a publicar sus primeros poemas. Un año después, la invitaron a colaborar en una sección que ella bautizó con el nombre de La legión etérea y firmaba con el pseudónimo de Joujou. En este apartado, Delmira se ocupaba de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que sobresalían en lo cultural y/o lo social.
Tras publicar su primer poemario “El libro blanco(Frágil)”, en 1908, a Delmira se la considera como una poetisa consagrada, de talento reconocido y máxima exponente del simbolismo en América Latina. Luego, en 1910, publica su segundo libro, “Cantos de la mañana”; para entonces su prestigio como poeta era un hecho.
En 1913, con un tono marcadamente erótico, publicó “Los cálices vacíos”. Sus textos provocaron un escándalo social que se transformó en incesantes murmuraciones en torno a la joven poeta. Aunque su talento fue elogiado, su temática erótica no encajaba con los estereotipos femeninos de la época. En ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera sujeto de deseo.
A los 27 años, y luego de múltiples amenazas, Delmira Agustini fue asesinada por su ex marido, Enrique Reyes, quien luego se suicidó. Pese a que su muerte fue enmascarada entonces como un “pacto de amor” o “crimen pasional”, su asesinato fue un femicidio que conmovió a toda la sociedad de su país.