Celia Cruz nació en un barrio popular de La Habana, Cuba, llamado Santos Suárez. Aunque desde pequeña supo que quería cantar, entre idas a clubs nocturnos y sueños de fama, entró a estudiar para convertirse en profesora, como le pedía su padre, quien esperaba que eligiera una vida más de señorita de la época. Pero ella insistió y terminó ganando un concurso radial llamado La hora del té. Luego de este primer triunfo, Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso pasó a ser la cantante de una popular agrupación musical, hasta que llegó a convertirse en la leyenda de colores y ritmo que conocemos, junto a su característico grito de guerra en la pista de baile: «¡Azúcar!».
Fue en 1950 cuando comenzó a despegar, llamó la atención de productores musicales y se quedó con el puesto de cantante en la Sonora Matancera, la orquesta más popular de Cuba en la época. Pasó más de una década viajando y presentándose con la agrupación, en la que fue ganando fama propia. Ahí conoció a su marido de toda la vida, quien fue también su mánager, el trompetista Pedro Knight.
En Estados Unidos la cantante, que ya había hecho fama en su tierra natal, se convirtió en superestrella internacional. Su ritmo, su facilidad para improvisar, su tono de voz y sus brillos en el escenario la convirtieron en la embajadora mundial del baile latino y la salsa.
En los años sesenta Celia Cruz comenzó a hacer duplas con Tito Puente y en los años siguientes siguió presentándose con otros nombres insignes del sabor latino, como Willie Colón. Su incandescente carrera también destacó por su participación en películas —apareció en Los reyes del mambo—, especiales televisivos y conciertos históricos. Además grabó más de ochenta álbumes y recibió varios premios Grammy y Grammy Latino.
De buen humor y chiste fácil, con el ritmo a flor de piel, Cruz nutrió con tonadas esenciales el cancionero latino, con temas como Guantanamera, Quimbara y La vida es un carnaval.