La mortalidad infantil de la época hacía pensar al rey de Francia, Luis XV, que no tendría un ejército en el futuro. Así que le encomendó a la matrona Angelique du Coudray la tarea de enseñar pueblo por pueblo, con un muñeco y útero de trapo inventado por ella, sobre cómo minimizar los riesgos de un parto.
Mientras Francia veía los últimos días de realeza en el siglo XVIII, los médicos comenzaron interesarse por el único lugar que había sido históricamente de las mujeres en la medicina: la obstetricia . Las matronas vieron amenazados sus puestos de trabajo, por hombres que no sólo les negaban instrucción médica, sino que las culpaban de cualquier problema que hubiera en el parto simplemente por ser mujeres.
Angélique Marguerite Le Boursier du Coudray, quien había nacido en una familia de tradición médica, luchó por mantener la obstetricia y ginecología como un lugar donde no sólo debían estar mujeres, sino que se les debía garantizar la educación adecuada. Se convirtió en una reputada partera en París y escribió Abrégé de l’art des accouchements (Compendio del arte de partear), una actualización sobre los conocimientos de obstetricia, que la última vez que habían sido modernizados había sido un siglo antes, en 1650.
La población francesa se reducía de 27 a 20 millones; y el rey le había encomendado la enseñanza de la obstetricia. Ante esto, Angelique pensó cuál sería la mejor forma de enseñar sobre el cuerpo humano, sus partes y movimientos que no nos podemos ver a simple vista. La solución fue crear un modelo anatómico de trapo (con poleas y palancas que le daban movimiento).
“La máquina” como la bautizaron, correspondió a la pelvis de una mujer, con un niño a tamaño real en su interior, que se podía sacar para demostraciones. Este modelo de tela se multiplicó por su gran calidad educativa y también tuvo variaciones, como la presencia de gemelos en el útero.
Durante un cuarto de siglo Angelique se paseó por 40 aldeas campesinas, enseñando sobre higienes y cuidados a más de 5.000 mujeres y 500 médicos. Al final de su carrera dos tercios de las matronas francesas usaban sus técnicas, además de efectivamente bajar la mortalidad infantil según los censos de 1780 y 1790.