En febrero 2021 Ana Estrada, psicóloga y poeta peruana que sufre un mal incurable y progresivo, ganó la batalla más importante de su vida: el derecho a la muerte digna. Luchadora por su libertad, dice que cuando recibió la noticia su “corazón explotó de entre no creerlo y la alegría”.
Ana padece una enfermedad degenerativa y autoinmune en etapa avanzada que ha paralizado casi todos los músculos de su cuerpo. Está postrada en cama 20 horas al día. Se esfumó su independencia, su trabajo, su olfato, parte de su voz y gusto. Ha vivido 32 años con polimiositis. Cuando tenía 12 años le detectaron este tipo de miopatía inflamatoria crónica. Alcanzó a completar sus estudios, titularse de psicóloga en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ejercer su carrera, hasta que en 2015 su condición se agravó. La internaron durante seis meses en cuidados intensivos del hospital Rebagliati a causa de una neumonía.
Quiso morir. Quedó bajo el cuidado de enfermeras permanente. Luego le hicieron una traqueotomía, una gastrostomía. Cada dolor, cada ataque de pánico, las alucinaciones visuales, auditivas, la llevaron a dar la batalla por su muerte digna.
A raíz de lo rápido que aumentaron sus dolencias, en 2019 creó un blog y lanzó una petición en la plataforma Change.org para que las autoridades peruanas le permitieran acceder a la muerte asistida. La Defensoría del Pueblo de Perú presentó una solicitud ante la justicia peruana.
Su familia apoyó su decisión, aunque la demanda carecía de antecedentes. La eutanasia era ilegal en su país. Según el Código Penal peruano, la sanción por llevar a cabo un “homicidio piadoso” podía ser de hasta tres años. Hasta que consiguió el que considera su mayor logro.
La sentencia del juez, que sólo aplica para ella por el momento, reconoció por primera vez en el Perú el derecho a una muerte digna y reguló las condiciones para que Ana pueda ejercerlo. Ella ahora es dueña de cuándo, cómo y dónde lo hará.