Banco comunal: El Esfuerzo, Lo Espejo
“Yo soy comerciante de nacimiento. Mis padres lo son, mis hermanos también. Mi vida siempre ha sido el comercio, es lo que me mantiene a flote”, dice Ana Bello, emprendedora de 55 años que se dedica a la venta de ropa y textiles. Trabaja de domingo a domingo, ha sabido torcerle la mano a un destino marcado por pérdidas y dolores y hace una década es parte de Fondo Esperanza, lo que le permitió armar el negocio que hoy es su refugio.
Con estudios en secretariado, Ana no llegó a ejercer por la llegada de su primera hija, cuando tenía 18 años. La necesidad de crear un hogar junto a su marido, también estudiante, la llevó a seguir los pasos de su familia. Lo que partió con unos fardos de ropa hoy es un emprendimiento que la tiene trabajando en una feria de Lo Espejo los domingos y jueves, y en Estación Central el resto de los días de la semana.
Llevaba doce años cuidando a su papá postrado cuando una vecina de la feria le recomendó Fondo Esperanza, una oportunidad para alguien “trabajólica como yo”, dice. “De niña me faltaron muchas cosas así que de grande no quise repetirlo. El monto que me dio Fondo Esperanza sirvió para invertir en camisetas, calzoncillos, pijamas y otras cosas que vendo hoy”, dice Ana, parte del banco comunal El Esfuerzo. Destaca que hoy dos de sus hijas también están en la institución.
Con este impulso monetario, Ana empezó a darle forma al emprendimiento y se hizo cargo de la casa, mientras su marido cuidaba a su padre. “Empecé a tirar para arriba, con Fondo Esperanza no nos faltaba para las cuentas y aprendí a invertir. Todo lo que recibo lo invierto. Eso saqué de las reuniones, plata invertida es la que vale, porque si la tengo en la mano empiezo a gastar en pagar deudas, pero no suma para el futuro”.
El 2020 su vida dio un vuelco. Ana, su marido y su padre se contagiaron de Covid. Al par de días, solo Ana sobrevivió a la enfermedad. “Fue muy fuerte, yo estaba internada sin poder enterrarlos. Estos dos años he sufrido mucho con la pérdida de los dos. Con paciencia he podido avanzar, distraerme con el trabajo”.
“Da vida salir de la casa” dice en más de una ocasión, cuando reflexiona sobre estos dos años en los que su emprendimiento ha sido su salvavidas. Luego de la muerte de sus familiares tardó medio año en animarse a salir a trabajar. Por recomendación de la psicóloga empezó a reencantarse con visitas a los vecinos de la feria y ponerse al día con ellos. “En la casa no me siento bien, pero en la calle me lleno. Tengo que vivir con este dolor y fortalecerme, porque esta pena avanza con una”.
Los amigos de la feria, algunas ayudas económicas y su entereza la mantienen con fuerzas para seguir adelante. Asegura que ser mujer le da una garra que parece inagotable: “Las mujeres somos luchadoras, no nos detenemos. Somos madres, tías, sobrinas, amigas, vendedoras. Existimos, cuidamos, protegemos y sabemos cómo salir adelante. Sabemos aferrarnos a lo que queremos, como yo. Cuesta, pero se puede”.